febrero 11, 2018

Almas en el limbo

ANTRO. Del lat. antrum, y este del gr. ντρον ántron.
1. m. Caverna, cueva, gruta.
2. m. Local, establecimiento, vivienda, etc., de mal aspecto o mala reputación.”
(Diccionario de la Lengua Española, por la Real Academia Española.)



I
En esta noche estrellada a principios de marzo, unos amigos, damas y varones, me extraen de mis ocupaciones habituales y me llevan a un sitio lúgubre y espeluznante. El protocolo es básicamente convivir allí, quizá algunos bajo el influjo del alcohol, entre cuatro paredes y un techo que no dejan ver más allá. ¿Cómo es posible que prefieran ser apuntados bajo reflectores hasta quedarse ciegos, que observar brillar las estrellas?
Me preocupa con estos amigos la escasa convivencia que pudiera entablar. A ellos, que viven acostumbrados a la marcha nocturna, ocupados en maravillosos ritos musicales, les angustia la idea de que yo pase algunas jornadas al aire libre, acompañado del sonido de las hojas de los árboles y de los libros, sin más comunicación que el estar sumergido en una lluvia mágica.
Me dejo arrebatar con la dicha incorporación de un grupo de ninfas y centauros en aquel sitio fúnebre y tétrico. Me he deleitado filtrarme un momento en otros universos, para observar las catástrofes sociales, con el fin de volverme a reintegrar a mi mundo natural. Y así, mientras el hombre lobo ejercita sus habilidades y la caza huye vertiginosamente como asustadas por un urgente destino trágico, yo me hago de valor una vez más, y me entusiasmo en esta sobria y templada velada invernal.

II
Me encuentro frente a la fachada de aquella catedral del mal. Se puede percibir un ambiente de furor. Además de pagar una suma considerable para ingresar, antes, se debe rogar más que a nuestro Padre Dios para que un asalariado, menguado y estéril de educación y estudios, se dé cuenta de mi pequeña existencia para dejarme ingresar. No hay lugar con tan mal presagio.
Una vez sumergiéndome en aquel lugar, brota claramente en aquel paisaje melancólico, un Don Juan con su camisa que no se sabe bien si la tiene medio abierta o medio cerrada. De manera paralela, súbitamente, una ninfa agita su cabellera al viento, mientras ajusta su falda precisa. No lejos de ahí, emerge un venderosas, último símbolo de la manifestación amorosa, donde las flechas de aquel Cupido han sido usurpadas por promesas de en juego. El edificio vibra bajo aquel desproporcionado ruido de la música. La multitud salta y brinca, ríe y juega volatizando aquel bello paisaje.
No hay mejor evidencia: este es un lugar surrealista y encantado, sitio de otra dimensión, donde se reúne todo un compendio de lo imposible y lo mejor. Una mezcla suculenta entre el Jardín del Edén y el monte Olimpo, donde emergen y conviven seres divinos. La aparición de un par de amantes, es semejante al encuentro de Adán al ver a su Eva, eventualmente sin todavía cometer pecado, pero por supuesto, cerca de realizarlo.
Todo esto, como neblina, va afectando de manera indiferente entre sueño y realidad. Qué idea tan brillante, ¡ha sido fabuloso construir una cuidad a un costado del antro! Es una existencia efectiva de mágicas fuerzas de incongruencia.

III
Me encuentro sentado. De frente veo un par de ninfas y un fauno. Parece amable. Pronto caigo en la cuenta y observo que no pertenezco a este lugar ni a esta manada, sino mas bien a una especie evidentemente distinta, menos simpática y agraciada, sin interés por el paisaje. Estos individuos aquí presentes, son seres de otro mundo: hijos de la noche, herederos de la cerrazón, sucesores de una nueva especie; hechos para ir esquivando la luz y vivir en faenas obscuras.
El haz de luz neón busca las menudas ninfas frente a mí y las deslumbra. La imagen es semejante a la del cazador que encandila a su presa: el orden exquisito de luminosidad perfecta, triunfa y se derrama con tal seguridad y generosidad, que promete su inagotable destello nocturno. El exceso de luminosidad, que pareciera adornar aquel lugar, se vuelve una sombra mortal. Nadie ve; todos se vuelven ciegos.
Bajo esos reflectores, todos se convierten en verdaderos artistas y cantantes. Todos son famosos. Especialmente los que cuentan con aquel brebaje costoso que les acaban de servir, tan auténticamente adornada con lucesillas de bengala que, al beberla, es semejante al elixir de la vida eterna y el apetito sacia hasta convertirse en mesura. Y muchos cabecillas, se mezclan con la bandera del exceso, para encontrarse ante el mismísimo palacio de la sabiduría y aportar sus conocimientos.

IV
La luz multicolor persigue la pequeña vista de la ninfa a mi costado y la traspasa. Bajo esos rayos, todo se convierte en oro puro. Gradualmente su mente y conciencia se involucra con los problemas del ambiente y del entorno, los problemas sociales, mientras que pone en el olvido las contrariedades propias.
–¡Qué bonitas luces! – dice una de las damas, llamada Amanda, como si fuera un último amanecer el que estuviera admirando o un delicioso rayo de sol con el que se topara.
–No comprendo cómo puedes vivir sin que te guste esto– me dice la otra.
–Es que yo no vivo señorita– le contesto. Se me queda viendo.
–¿Pues qué haces, entonces?
–Procuro ayudar en la vida de los demás.
–Pero eso es un martirio, ¿no crees? – insinúa ingenuamente aquella deidad, un poco más sensible.
–Que no le quepa duda señorita; el involucrarse para bien en la vida de los demás es un verdadero martirio. Mártir viene a significar algo así como testigo. Yo atestiguo que usted está aquí: que existe. Que es usted ahora, prisionera de estos reflectores, viene a ser una leyenda cüasi perfecta; que el portentoso diseño de su corto y ajustado vestido, su bello bolso de piel de oso, es real, hasta el punto de saberme arrepentido por no haber traído una red y quedarme con ganas de atraparlo antes de que se escape.

V
Testigo soy. Un manifestante de la portentosa creación del universo, del mundo, y de los seres que lo habitan. ¡Misión que no es ruin ni despreciable, querida ninfa amiga! ¿Qué pasaría si no existiera alguien que dé fe y atestigüe todas las cosas? Ésta, seria inexistente.
Mire usted señorita, en este preciso momento las personas que nos rodean, en aquellas mesas bebiendo, por otro lado, los meseros que entran y salen. Se juntan y dispersan en estas cuatro paredes, bajo las luces y el ruido, pero por encima de todos: se encuentran ocupados sin más que vivir cada quien su vida.
Nadie observa ni la sombra que advierte el preciso momento en el que usted ingresa a este sitio. No son ni capaces de mirar su gentil rostro de usted; la incandescencia en torno a ellos no permite distinguir bien sus facciones entristecidas; hijos de la noche, primogénitos de una sociedad eclipsada. Señorita, como si fuera Drácula, acaba usted de poner rumbo y hundirse. Está ingresando nada más y nada menos, que en este elemento sombrío: bienvenida al inframundo.
Como si fuera poco, como restos de un apocalipsis, la niebla se envuelve sobre nosotros. Sólo tres son los objetos que, como faro, arrojan una salida: el blanco de las perlas de sus aretes, el blanco de su dentadura y el blanco de sus ojos. Esta triple mezcla de calidez, elabora el mejor ritmo aquí reunido, completamente superficial; es, sin duda alguna, lo más importante y lo más valioso que en este rincón del mundo, ahora está sucediendo.

VI
Soy un fiel tributo de la sagrada tierra en la que he brotado.
Es curioso este lugar. Mi pensamiento y comportamiento siempre ha sido inapropiado ante tales seres; individuos como los aquí presentes. Este sitio, no es un terreno que hace brotar frutos, o rojas y bellas rosas, producto del orden y hermosa manifestación de la naturaleza. Sino que, al contrario, gracias a esta conmemoración social, cortan esas flores para obsequiarlas, dejando que se marchiten en un espacio cerrado sin poder respirar. Esperan pacientes hasta ser compradas, no por el más enamorado, sino por aquel que necesita más amor. Este tipo de fiel comprador, revela lo que le gustaría que hicieran con él: que le regalen una flor.
A granel las venden y las malbaratan. Muchas veces son arrojadas al suelo y pisadas, despreciadas; por lo menos yacen donde nacieron, pero es un destino vergonzoso el que le dan a las obras de la naturaleza que al final, son las que nos han dado la vida.

VII
En las diversiones sanas, querida ninfa amiga, es normal que se sienta un vértigo al no saber a lo que se va. Hay una ingenuidad de niño por no saber lo que podrá pasar. Una de las cosas más emocionantes, es la incertidumbre de los viajes y una imaginación que lo propone todo. En contraste, en este sitio nocturno se sabe a lo que se va. Y a pesar de eso, usted sigue asistiendo y participando con frecuencia. Al límite. Consciente de que probablemente, no regrese a su verdadero hogar.
Señorita, no comprende. Mi corazón late con fuerza al recordar muchas amistades y jóvenes ilustres, para tristeza mía y de todos, que han perdido la vida concurriendo a esta catedral del mal. Hay seres de los que pocos hablan, que callaron para siempre y hoy respiran solos en su tumba fría. Pero también están los individuos de los que nadie habla, que caminan muertos y siguen viviendo todavía. Estos segundos son los que corren más peligro. Porque se les ha olvidado ser partícipes de la vida, y van sin rumbo a merced del cariño que les proporciona adentrarse a su mundo lleno de espejismos y falsa camaradería.
La mayoría de los grandes poetas griegos, muy antiguos por cierto, cuentan que los héroes pelean y mueren no más que para dar motivo a que posteriormente el poeta los escriba, el trovador los cante y el pueblo los recuerde. Aquí descansa su historia; la leyenda de estos caídos de la guerra nocturna.

VIII
Si yo también fuera un esclavo de mi propia vida, tampoco lo habría notado. He cumplido mi alta meta de ser testigo, y esta realidad, tan breve y simpática, queda para siempre liberada. ¡Todos conservamos un recuerdo eterno de su recorrido en aquellas tinieblas!
–Yo diría que usted existe, señorita Amanda, gracias a que yo doy prueba de que es real. Por otra parte, ese vino que se ha derramado en la camisa de aquel fauno, se ve excelente.
–Veo que eres un personaje atento y sarcástico, con algunas condiciones para la argumentación. Casi me arrepiento de haber sentido, hace un par de minutos, cierta pena y lástima pensando en tu vida sin antro.
–Deje su sarcasmo y las bromas a un lado señorita. Le confieso a usted que hasta hace poco no he sabido porqué huía en asistir a está magnifica cueva nacional. Desde hoy, ahora sé que lo hago para acompañarla y acostumbrarme a su desesperación.
–¿Cómo? ¿A mi desesperación?
–Efectivamente, amiga. Bueno…a la de todos los aquí aglutinados; a toda esta reunión de masas solitarias.

IX
Han llegado a nosotros participantes de ambos sexos. Todos se hablan sin respeto alguno, según el código y privilegio de la amistad contemporánea. Hablan de los partidos de hoy por la tarde que finalizaron antes de asistir a este ambiente lúdico. Se advierte que en esta vasta extensión, en este extraordinario cosmos que es el antro, la operación de empujar a todos y faltarle el respeto a las damas o meseros, adquiere una jerarquía suprema, que permite encontrar el sentido a la penosa existencia.
Entonces un fauno, lascivo pero humano, se hallaba en entre nosotros. Lleno de curiosidad y simpatía hacia mí, me hizo una magnifica propuesta:
–Deberías de hacerte socio de este club, como nosotros, y venir todos los fines.
–Gracias amigo, pero no. Yo no puedo ser socio de este club y frecuentarlo semanalmente. Semejante equivocación acarrearía en mí, una condena milenaria, por no decir eterna.
–Esta afirmación implica una grave sentencia en contra de nosotros– responde el ejemplar fauno.
–En efecto. Si de algún modo usted no viniera, no fuera socio de este club, incurriría en la misma falta que yo si asistiera. Los dos estaríamos siendo indiferentes a nuestras convicciones, nuestros dogmas, nuestras doctrinas fuertemente adheridas.
Aquel ser mitológico, no entendía.

X
Al inicio de la humanidad, cuenta una leyenda que existía una deidad llamada Dríade, una ninfa de los bosques, cuya vida duraba tanto como la del árbol a la que se sabía unida. Hoy no estamos muy lejos de aquella creación del mundo. Estos nuevos seres mitológicos, hoy están unidos a este edificio. Sus raíces bajan hasta los cimientos de esta poderosa nave. Nace, crece, se reproduce y muere dentro de esta gran caverna a la que se sabe unida.
El suelo comienza a temblar. Las colillas de cigarro, tapas, hielos en el suelo comienzan a vibrar; imitando los pequeños saltos de la masa humana. Pensando ingenuamente que pudiera ser una gran estampida, frente a mí, se avecina una humilde manada de ninfas descalzas. Saltando y bailando caminan de un lado a otro. Noto sus extremidades inferiores sucias y descubiertas. Cada una de las fabulosas deidades de las aguas, bosques y selvas, pasan frente a mí. Me atrevo a entablar una conversación con una de ellas, la ninfa de los bosques.
–Parece usted un verdadero ser mitológico señorita, salido de otro mundo.
–Noto en ti un tono sarcástico– Me dice también con burla.
–Sólo le falta la flauta transversal y algunos cascabeles en aquellos tobillos desnudos para que termine de llamar la atención. Porque lo demás, hecho está.
–Si no sabes por qué estamos descalzas, amigo, mejor ni te entrometas.
– ¿Y a qué se debe la unión íntima de sus cayos con la llana superficie artificial? –La bella dama se me quedó viendo sin entender.
– ¿Qué culpa tiene el suelo? – Me permití repetir en su idioma.
–Lo que pasa es que mis tacones ya no los aguanto. Ni yo, ni ninguna de mis amigas. Por eso bailamos descalzas.
–Y, ¿por qué no se viene en unas calzas más cómodas, en una ropa menos ajustada y con un peinado más agradable? – Le pregunté.
– ¡Cómo crees! Eso es una verdadera falta. Me gusta que me vean llegar nueva y entera. Los hombres solo recuerdan el principio, ya después no se acuerdan de nada. Y esto encaja perfectamente en mi reputación.
–No solo recuerdan el principio, también al parecer, solo se fijan en las apariencias. No debería de pensar tanto en lo que piensen de usted, señorita amiga.
Mientras yo seguía en plena conversación, aquella mujer se olvidó del diálogo entablado, recordó que tenía unos panderos en su bolso, los sacó y súbitamente siguió con su carnaval. La manada siguió su cauce, su camino. Yo el mío. El suelo descansó.

XI
No muy lejos de la mitología, también están los cuentos de hadas. Estos pequeños seres, que en ocasiones toman forma de mujer y que tienen el mágico don de adivinar el futuro, han transmitido de generación en generación un cuento que habla sobre una princesa que asistió al baile del príncipe y que al tocar las campanadas de la media noche, se convertía en una paupérrima dama. Los seres encantados, pronosticaron que seguiría pasando hasta que la raza humana se encontrara extinta. Pronosticaron que esta será una maldición que afecte a más de una mujer.
Al no poder conversar de manera natural con ningún copartícipe nocturno, por el ruido de la música y el humo del ambiente, mi cuerpo se encuentra desgastado por esta noche tan urgente. Aquel conjunto de sistemas orgánicos, que me constituyen como ser vivo, me claman a gritos que regresemos a descansar.
La luna llena se puede percibir en las ventanas como un faro. Siendo la media noche, justamente, ni un minuto más, ni un minuto menos, el hombre lobo se desgarra sus vestiduras para lanzar su aullido, anunciando que comienza su velada. En otra zona de aquel lugar tenebroso, unas damas que como princesas llegaron, se encuentran convertidas en unas menesterosas y desalineadas almas. Como si de encanto se tratara, pasando la media noche, se convierten en otros especímenes. En lugar de ejercer su poder sobre los hombres con una atracción irresistible, en este momento culmen, aquella transformación puede acarrearle un fin desgraciado a todo varón.
Mirando aquel espectáculo, se me olvida el aburrimiento. Me digo que el frecuentar este lugar, es un verdadero lujo. De mi lista de sueños a cumplir, borro inmediatamente la visita a un zoológico y me sumerjo en esta función pública.
Es precioso el género humano, capaz de ofrecer a la mirada la oportunidad de contemplar intelectualmente, de poner los sentidos, los afectos, la atención y mover los ánimos infundiendo deleite, estupor y en unas ocasiones dolor, a estos episodios tan nobles.

XII
A diferencia de un cuento de hadas, esta historia no tiene un final feliz. Al contrario, nos pone en una situación vulnerable: quedarse o huir.
Fue en vano. Mis amigos con los que había llegado, desaparecieron. ¿Mi comportamiento había disuelto este grupo tan fraterno? Llegué a la conclusión que no. La razón del abandono era otra. El antro es infalible, como engranes celestiales, ya a cierta hora, los grupos y parejas se formar con virtuosa puntualidad. Ni la amistad más perfecta, ni el clímax bastan para detener a estos dos mundos encontrarse.
El lobby por el que entré en un principio, había quedado vacío. Únicamente Amanda, con su rostro aburrido, se encontraba a mi costado.
– ¡Estimada Ninfa amiga! Lo que hace usted ahora es lo más excelso de todo. Se queda conmigo, prefiere mi compañía, en vez de ir a perderse por allá. Es decir, evita que su alma se adentre más a este lugar tenebroso y la pierda, y en cambio, opta usted por seguir con esta conversación a mi lado.
–Sí, ¿sabes qué? Por la tarde, al bajar un escalón después de terminar de ver el partido de soccer mis amigos y yo, me doblé e hice daño en mi tobillo izquierdo y no puedo andar por el antro.
– ¡Ah, venga! ¿No me diga usted?


J. Antonio L. Carrera
Febrero 12, 2018.



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