abril 15, 2019

Reflexión de un citadino en la montaña


¡Qué noche! ¡Qué cielo! ¡Qué estrellas! Lo hemos dicho ya: el hombre tiene necesidad de escapar de su realidad y volver su mirada hacía la montaña. A través de los años, se ha vuelto un sueño ser libre y conocer la libertad desde sus alturas. Conocer la montaña es para el hombre una evasión fuera de la vida real. Quedarse en la ciudad, vivir siempre la rutina, se convierte en un temible refugio, peligrosa violación de prisión, caída a menudo probable. De esa caída ya hemos dicho el nombre: locura.

         Mira, si alguien a tu alrededor va con los pies desnudos caminando por el frío asfalto, paséate sin temor por la naturaleza, no aplastes sin saber por qué la flor de la hierba crece, no avances sin cuestionarte los nidos de los pájaros. Explora de lejos a las ciudades y de cerca a los pueblos, examina de lejos a los ricos y de cerca a los pobres. Levántate de madrugada para trabajar, que tus días comiencen en la noche. Cuando viajes, pasa hambre, es algo sensato, te volverás loco. Vas a regresar de la ciudad raro, grotesco, bufón. Acuéstate con la oración, duerme de lado de lo inexplorado, ten por almohada lo eterno y desconocido. Ama, cree, espera y vive.

Sé como el que tiene un camino que recorrer, solo que ese camino sea de buenas obras y de buenas palabras. No te desanimes, conviértete en mago, vive como un padre. Si tienes jardín, cuídalo y produce flores. Si tienes hijos, edúcalos y produce almas honestas. Si tienes enemigos, bendícelos y produce una dulce autoridad oculta que concede al alma la paciente espera de la noche infinita bajo las estrellas.

Las convicciones humanas son diversas. El ideal puede ser una estupidez. Hay personas que viven para conseguir un paraíso de excesos, lujos y caprichos. Tu ideal no es más que tu proporción.  La gran mayoría de los hombres, algo parecido a un enamorado, sueñan sin saberlo. Tratar de sobrevivir tranquilo viviendo en el escepticismo: imposible. La gigantesca evidencia divina te acosa; es una persecución constante. Y no hay nada más inquietante que ese ir a la montaña y ver venir lo mágico, lo sobrenatural en la naturaleza. Los mortales siempre querrán habitar este palacio de lo imposible. Es hermoso: verde, fresco, profundo, peligroso, majestuoso y a la misma vez, frágil.

         La vida es una excursión hacia el antro. Abandonar la superficie, para subir o para descender siempre es una aventura. El descenso, sobre todo es un acto peligroso llegando al límite de lo grave. De ahí la mayor inquietud entre los viajeros frente al amor de una fogata tocando la lira, excavan y desgarran con sus notas el yo entre los presentes en el que sondean el cielo; en esas profundidades íntimas del alma, suceden siniestros. Estas incursiones de la montaña no están exentas de peligro. El recorrido tiene a sus muertos, sus locos. Aquí y allá se encuentran en estas veredas cadáveres de caminantes vacíos de sueños.

         Ser precipitado al cenit de la gloria y querer ascender a la montaña para rosar el cielo sin mérito: cuidado. Las caídas mientras más altas del cielo abren el apetito a los audaces. Recuerda a los grandes viajeros. ¿Hacia dónde se dirigen con mayor gusto? Hacia la naturaleza, hacia la montaña, hacia el cielo: hacia la verdadera vida. El excursionista íntegro se compone de dos visiones: humanidad y naturaleza. Es necesaria llevar siempre en el alma, una preocupación ante la humanidad. Hay que ser hombre por encima de todo y ante todo. No hay que temer sobre cargarse de humanidad. Lleva tus sueños a la realidad y luego camina a la montaña. La montaña es la inspiración.

Seamos quienes seamos, somos los viajeros de nuestra vida. Nadie camina por este mundo sin su fantasía y su capricho, su pasión y su temeridad, su riesgo y su gloria, su vicio y su virtud. De ser sí, hagamos como si todos los días de nuestra vida, fueran una excursión.

J. Antonio L. Carrera
Diciembre, 2018.




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