agosto 11, 2018

Montañas que hablan

Acércate a la naturaleza. Intenta expresar como si fueras el primer y único hombre que habita en la Tierra: lo que ves, lo que amas, lo que sientes, lo que vives, lo que pierdes, ya que esto querido amigo, es una verdadera sensación de libertad.

Solo hay una gran impresión de que obras libremente, y es estar presente admirando la gran creación frente a tus ojos: poder sentir cómo la fría brisa acaricia tu rostro y las hojas se arrastran por los suelos llenas de vida creando un son maravilloso. En ese momento, cierra los ojos para que provoques en tu alma una gran emoción de comunión con el entorno. Una gran atracción a lo desconocido.

Tienes la opción de elegir tus propios caminos, de recorrer río arriba el arroyo, adentrarte en la montaña para descubrir el rocío que te llora. Admira la tierra vieja y antigua que no es dueña de nadie, pero que te contagia la fortaleza y altura de sus árboles queriendo rozar el cielo forrado de estrellas. Toma asiento al amor de las llamas de una fogata que rodea una tierra poderosa. Escucha llegar los susurros del viento colarse entre los pinos, que en el fondo, tienen vida propia: te susurran al oido. Evita ahí los pensamientos mundanos y tribales que te vienen a la mente. Ve, camina y adéntrate en aquel paisaje buscando alguna forma de belleza. Describe todo aquel espectáculo con serenidad y calma; humilde y sincero como el mar.

Si al estar frente a la montaña, regresas tu mente y piensas que tu vida cotidiana te parece pobre, no la culpes. Cúlpate a ti mismo de no ser lo bastante observador como para encontrar sus riquezas. En la montaña, ninguna experiencia ha sido demasiado pequeña. Lo más pequeño que pasa frente a la mirada, se vuelve un destino; una red armónica, amplia y maravillosa en el que cada elemento es puesto por una mano infinitamente tierna. Experimentarás la dicha y la gloria de caminar como en un sueño: irás de sorpresa en sorpresa. No te quedarás sin respuesta si atiendes tus menesteres en lugares como estos. Lo que hay en la naturaleza es simple, y esas cosas insignificantes que ves, pueden convertirse en algo grande. Cuando la frecuentes, cada ocasión te dará materia para ser más conocedor, más sensible, más agradecido y de algún modo más sencillo mal mirar. Más dichoso, lleno de vida y más grande al caminar.

  Hoy, la mayoría de las actividades de la joven sociedad se encuentran en una soledad infinita: estáticas, constantes, incoherentes, carentes de sentido, ya sin vida. Solo la necedad y la ceguera humana son capaces de comprenderlas. Da siempre pie a tu espíritu aventurero. No lleves la contraria, deja que tu juicio y tu corazón te conduzcan despacio a la libertad. No te conviertas en partidario del mundo, lleno de vicios y de confusión, lejos de los verdaderos placeres que nos muestra la naturaleza, que ofrece esta, más ocasiones para creer, crecer y tomar fuerzas para conquistar la eternidad.

 La humanidad sería otra si recibiera y entendiera el misterio de que nuestra tierra, está enriquecida de tal manera, que sus más mínimas cosas: las hermosas plantas y animales, por más pequeños o grandes, concluyen una forma tranquila y humilde del amor. La naturaleza no es más que un modo de vida que seduce y pone enfrente, las más grandes e imponentes cosas. Es solo eso lo que nos hace falta.

En todo este mágico lugar, se está más cerca de la realidad. En el bosque el tiempo no cuenta. Un día puede pasar como un año. Aquí se vive lleno de paciencia, tranquilo y sin engaños. Como si la naturaleza extendiera su infinita bondad para siempre.

J. Antonio L. Carrera
Agosto 11, 2018.



junio 13, 2018

El último libro

I
NECESIDAD AMBIENTAL
La Historia es caprichosa: se repite. Nos volvemos a topar con ella. Otra cosa es que se deje a un lado, pero siempre vuelve para recordarnos nuestra indiferencia al comportamiento humano; nuestro afán por olvidar. O más bien, por sólo recordar lo que nos conviene. Quizá nosotros la olvidemos, pero ella siempre nos recuerda. La Historia, no perdona.

Se vivían tiempos difíciles. La contaminación había hecho poner medidas drásticas a la producción de carbono y CO2. Los países habían atado de manos a las empresas e industria para que generaran lo menos posible, esos gases invernaderos. Si seguía esa gran producción descomunal de dióxidos –decían los especialistas– era la hora final del ser humano. Los científicos lanzaban sus teorías apocalípticas sobre el fin del mundo y las ONG´s, defensoras del medio ambiente, hacían hasta lo imposible para evitar esta catástrofe, usando como bandera, esa gran cruzada en contra de la contaminación.

Comenzaron por dejar de producir los objetos que no fueran necesarios, y así, no hubiera una sobre producción y un suministro descomunal de los bienes. Se fueron por aquellos acervos que estaban desprotegidos y sin fondo internacional alguno; segmento poblacional que usara poco esos objetos y que no tuvieran las agallas para defenderlo. Empezaron por atacar y presionar –ambientalmente– a las producciones que no protestaban, las más pacíficas y con poco afán de meterse en problemas. Es evidente que no eran productos tales como la Coca-Cola, bolsas de frituras Lay´s o los bolsos para dama marca Ferragamo, Louis Vuitton, o los miles de millones de iPads que se producían anualmente. Iniciaron por destruir algo menos llamativo, más austero y que no llamara mucho la atención; que no fuera necesario, pensaron los Estados.

II
UNA LLAMADA AL PROGRESO
Existe un hecho que la humanidad da por sentado. Una creencia tan difundida que no advertimos que existe. Este concepto tan arraigado en nuestro cerebro es el bien llamado progreso. Un progreso como meta última de la humanidad. El avance tecnológico, el crecimiento económico y las reformas ambientales, se han convertido en pilares que giran en torno a esta idea.

Sin embargo, el lector y gran parte de los hombres que viven bajo las inclemencias del mundo contemporáneo, saben que es una mentira. Como lo dice John Gray, (palabras más, palabras menos) en alguno de sus títulos: Todo aquel que vive dentro de un mito, pareciera éste, un hecho obvio. Ya que podemos afirmar que el progreso es un hecho obvio, bajo la premisa aristotélica también podemos llegar a aseverar que el progreso es un mito.

Existe también una crisis existencial de una humanidad cada vez más difícil de encontrar. En la que las grandes aspiraciones del Gobierno, de la sociedad, de la humanidad en general, se revelan en prácticas totalmente incongruentes, sucediendo lo contrario.

El progreso significa civilización y esta, implica un uso nulo de la fuerza, pero cuando dicha fuerza sirve a proyectos que parecen justos y nobles, la violencia posé una magia muy atractiva. Un hecho que la humanidad, de la misma manera, da por sentado.

III
CUMBRE MUNDIAL
El pretexto fueron los árboles; gigantes silenciosos. Se pudiera pensar que poco tiene de semejante con el hombre, pero se equivocan. Si algo tienen en común, el ser humano y esta planta perenne, es la capacidad de moverse para donde sopla el viento.

Se realizó la Cumbre Mundial en Contra de la Contaminación. Se presentaron todos los jefes de Estado, líderes mundiales, directores de organizaciones ambientales. Fue curioso como nadie llegó caminando o en bicicleta. La mayoría llegaba en su vehículo para cuatro o cinco personas y después de pasar horas en la carretera, se bajaban solos.  Muchos venían de los mismos lugares, pero prefirieron viajar de manera individual. Otros, tuvieron que tomar aviones, surcar los mares, tomar trasatlánticos, un taxi, el metro, volver a tomar otro taxi, para así, llegar al congreso internacional.

La humanidad también es como la naturaleza, con jerarquías. Ya estando todos presentes, se escuchó un fuerte sonido ventoso. Los presentes cuidaron de que no volara su sobrero, los papeles o cualquier otro objeto ligero. El Alto Comisionado Internacional para el Cuidado del Medio Ambiente, llegó en helicóptero. Muchos se sorprendieron, pues vivía a unas diez cuadras. El argumento fue la seguridad y el tráfico. Todos tomaron asiento e inició la sesión.

Se presentó una iniciativa de la organización ambiental más grande y poderosa del mundo al Comité de las Naciones Unidas para el Cuidado del Medio Ambiente, donde manifestaban de manera indignante: “¡Cómo era posible talar un árbol para producir una hoja de papel! Era algo ilógico y estúpido”, decían. Propusieron la "Ley Verde", que consistía en parar inmediatamente, la producción de papel. Esto evitaría la tala indiscriminada de aquellos troncos. Días más tarde, esta famosa ley de la que todo mundo hablaba, fue aprobada sobradamente.

En el momento de dicha aprobación, inmediatamente se dejaron de producir hojas de papel. Los árboles ya podían morir de pie, viejos  con el pasar de los años y felices de no ser talados ni carcomidos por el hombre, usados y tratados a merced del hambre de la humanidad.

Comenzó el caos. Los periódicos se volvían locos. Las editoriales, que se encargaban de la impresión, publicación y distribución de escritos, no tenían material. Las fábricas de libretas comenzaban a cerrar. La producción de cartón, se detuvo. La Industria Papelera, se venía en picada.

El mundo en pocos meses, casi se había agotado la existencia del papel y comenzaba un escaseo de este. Las casas editoriales cerraban por estar en quiebra y la gran mayoría presentaba síntomas de estar en bancarrota. La cultura se detenía, ya que, a pesar de la tecnología, el público lector que seguía existiendo, era celoso con sus hábitos y formas de lectura, pues seguía queriendo leer mediante el voltear de las paginas, mediante la mirada propia de la vista con la atracción de la tinta; el portentoso olor que desprendía cada abrir un libro nuevo; cada aroma de la combinación del café con el pasar de las hojas.

IV
LA PROFECÍA
Pocos supieron de una tarde en la que el Alto Comisionado Internacional para el Cuidado del Medio Ambiente se levantó de su escritorio; una mesa de estilo Tufft tallada a mano a principios del siglo XVII, elaborado con siete maderas distintas. El caso es que fue siguiendo por un pasillo el ruido del tumulto hacia la parte exterior de su casa. Al abrir la puerta principal para asomarse, se topó con un grupo de camarógrafos, periodistas, fotógrafos, noticieros, que admiraban la cara de la vivienda. Mientras los presentes tomaban fotos e intentaban lanzar una pregunta, el Alto Comisionado no entendía lo que pasaba. Una dama le gritó que volteara. Súbitamente el Comisionado soltó un aullido entre miedo y rabia. Se encontró una leyenda que cubría toda la fachada principal de su hermosa vivienda hecha de sangre con lodo que decía: “La Tierra no es eterna. La Tierra caerá. Los humanos la conquistarán. Y no importa”. Mientras leía, los personajes ahí presentes eternizaban la imagen que venderían como primera plana del día siguiente. Después de aquel teatro, se encontró debajo de la puerta principal, por donde salió, una botella que dentro contenía una hoja. Tomó aquel objeto, retiró el corcho con cuidado y extrajo una carta. La extendió y comenzó a leer:

“Hubo un momento para la Tierra, y esta, morirá por completo. La Tierra se convertirá en la humanidad que la ha conquistado. El lenguaje de la Madre Tierra se suavizará a la áspera lengua del hombre; todo lo que sea destruido correrá por sus venas. Y todos los mares, las costas, los bosques, las praderas, los acantilados, las dunas, los ríos y las cascadas, serán menos que nada. Defender nuestro hogar es un trabajo duro. La humanidad viene con una promesa: somos prueba del sueño de tener una vida sin restricciones. Y ese libertinaje ha hecho comernos nuestra propia Tierra. Queremos tenerlo todo sin quitarle a nadie nada.”

El burócrata, hecho una furia y colorado, aquella tarde hizo pedazos el papel y rezó una última expresión con la que marcaba el inicio de su macabro proyecto: “¡Fanáticos libertinos!”.

IV
MUNDO SOSTENIBLE
Pasaron los años desde que se aprobó la famosa “Ley Verde”, desde entonces, ya no se producía ningún libro, ni periódico, ni algún producto relacionado. Ya no se veía por ningún lado las hojas de papel. Los lectores guardaban celosamente ese recuerdo y lo iban pasando de generación en generación.

Comenzó una fuerte campaña de esta poderosa ONG que propuso la nueva legislación. Consistía en donar los libros que tenían a cambio de dispositivos móviles. Con el pretexto de que se podía tener miles de libros en un solo lugar y así, la contaminación sería menor. La gente, claudicando siempre, los fue entregando; fueron cediendo. Los libros desaparecían poco a poco; como una llama, que se va extinguiendo para no volver a dar luz, para dejar de calentar.

La sociedad contemporánea, por estar embobada en estos aparatos, dejó de leer. Los libros, en forma física, desaparecieron sobre la faz de la Tierra. Y de los electrónicos, se olvidaron para siempre.

Para fortuna de la humanidad, dejaron de talar árboles. Y para su des fortuna, la contaminación seguía siendo la misma. La producción y consumo de bienes, no había cambiado. Gobiernos e instituciones ambientales comenzaron a disculparse por la mala maniobra que se llevó con la “Ley Verde”. Se comenzaba por suponer una teoría llena de conspiraciones en la que empresas creaban miedo a la sociedad, por medio de estas asociaciones ambientales, para dejar de consumir productos que a ellos les convenía. Se hacían grandes monopolios y no había competencia sobre ellos.

Las empresas contaban con su misma organización que atacaba los mismos problemas que la misma compañía provocaba o producía. Era curioso. Si una empresa provocaba obesidad al consumir su producto, abría un instituto para la investigación y prevención de la obesidad, en vez de hacer productos que no engordaran. O simplemente, dejara de vender su producto, si es que hacia un daño a la salud pública. Empresas mineras que ensuciaban ríos, lagos, creaban sus propias asociaciones que se dedicaban a la limpieza y a la mejora ambiental; se paraban el cuello diciendo que estaban mejorando la calidad de vida de la zona, de la flora, de la fauna, cuando eran ellos mismos los que la contaminaban. Las empresas petroleras abrían organizaciones para descontaminar los mantos acuíferos y freáticos y así, bajo pretexto decir que eran una empresa social y ambientalmente responsable. Era un ciclo vicioso en pocas palabras. Convenenciero muchas veces. Ventajoso la mayoría de las ocasiones. Pero útil, cómodo y provechoso. Una bienvenida con telón rojo a la mal llamada: sustentabilidad.

IV
INVOLUCIÓN LECTORA
No era la primera vez que la escritura sufría una regresión. A lo largo de la historia del hombre, los libros, los textos, los escritos, han sufrido penurias: Emperadores romanos destruyendo bibliotecas, incendios provocados en estos recintos sagrados, escritores perseguidos, oprimidos y asesinados, gobiernos eliminando propaganda en contra de sus ideas…

También se han tenido sus revoluciones, sus partes positivas: la evolución del pergamino ante el papiro, la imprenta, el acetato, las máquinas de escribir, las tabletas electrónicas, los libros 3D.  Cosa que no debe asustarle a nuestro querido amigo lector, ya que siempre hay que entender que la tradición avanza y se come a su paso lo añejo, lo inservible, lo que ocupa espacio, lo que se rompe fácil, lo que se rasga. Meras cosas materiales.

No debemos de olvidar, que el cuento, las historias, las fábulas, las parábolas, los ensayos: las letras, es algo que nunca se agotará. La literatura es inmortal. Nadie podrá contra ella.

Podrán quemar las hojas, romper los libros, eliminar el archivo, que se agote la pila al leer, pero nunca podrán acabar con esa incansable sed de leer e instinto de escribir, de manifestar nuestro interior y representarlo en aquellos símbolos que lo contienen todo.

V
LA PETICIÓN

PROXIMAMENTE...


J. Antonio L. Carrera
Junio 13, 2018.



mayo 28, 2018

Pueblo malo

En algún punto selvático dentro de la hermosa zona Huasteca, viajamos unos amigos y su servidor por una carretera evidentemente descuidada. Esto, sin dejar un ojo al frente y otro al suelo por los enormes baches, agujeros y vados que se presentaban. Se pudiera decir que en este lado de la sierra Madre Oriental, el pavimento sufre de acné. No hay ni cien metros antes de que nuestra delicada camioneta prestada, sufra.

Durante el trayecto agradecimos siempre (aunque angosta) una vía de doble circulación, que, al pasar de los vehículos con sentido opuesto, el aire generado nos daba un respiro dentro de aquel infierno.

 Viajábamos con miedo. Eran tiempos de mucho riesgo. En una época en donde la inseguridad y la corrupción se vuelven una verdadera industria, hay que andarse con cuidado. Los verdes cañaverales nos acompañaban cual muros en un mar infinito; uno se pudiera imaginar al contemplar el vasto llano de cañas -que cual deja vu- ya hubo pasado por el mismo lugar hace algunos minutos. Kilómetros y kilómetros infinitos de un mismo verde paisaje. Una isla de sombra aparecía de repente, como un lunar en medio de ese mar, y debajo recargado en el árbol, un campesino echado trabajando mientras ejercía su descanso: nos miraba pasar.

      Los viajeros nos fijábamos por aquella ventana, el señor se levantaba y salía corriendo para avisar. Nunca supimos a quiénes. Simplemente como zopilote vagaba para lanzar su llamado. Simplemente avisar la proximidad de que algo se acerca y que hay que huir.

       Minutos después, sobre esa misma carretera, en una curva cerrada, dimos un enfrenón que nos dejó la piel chinita. Absolutamente todos los pasajeros de la camioneta se fueron al punto opuesto de la ventana donde miraban al extraño campesino que desapareció de la nada.

No había soldado tan más marcial. No había soldado tan más derecho: firme, pelo corto (hasta cierto punto desalineado), uniforme impecable. Sus brazos largos bajaban y las puntas de los dedos rozaban la tela del pantalón camuflado. De su espalda cargaba un arma. Ese día, nadie hubiese querido alistarse para defender a su querido país soberano. ¡Bendito pueblo maldito! Nos impresionó ver aquel gendarme.

Solo había tres factores que lo hacían notar de sobremanera. El primero, sus botas negras flotaban. Se encontraba veinte centímetros por encima del suelo. El segundo, una gruesa cuerda apretaba su cuello. Tercero, un letrero que cantaba: “aquí manda el pueblo”.
El aire gélido lo hacía mecerse y a mí estremecerme. Por un momento se detuvo el calor, se detuvo el tiempo: me miraba. Parpadeaba. No sabíamos qué hacer. ¿Salvarlo y así condenarnos o dejarlo morir para vivir nosotros?

Salimos corriendo de aquella cueva de malhechores antes de que nos pasara lo mismo que aquel buen hombre. Lo dejamos mientras nos miraba y daba sus últimas bocanadas de aire. Murió por nuestra culpa seguramente. Un grupo de amigos con miedo por defender la vida al dejar sin ayuda a un soldado que intentaba matar la corrupción. ¿Y todo eso para qué? para al final, nosotros acabar siendo parte aquella podredumbre.

Pocas veces he visto cosas desagradables. De esas que a uno le dan ganas de vomitar. Pero no hay peor miedo que ver aquel encapuchado con su guadaña. Negro y sediento. Sobre todo, ver aquel pueblo quitarle su trabajo y hacerlo a su antojo. A partir de ese día, supe que llegaría sin pensarlo. Una sombra que nos persigue. Un viento que acecha con paciencia. La muerte.

J. Antonio L. Carrera
Mayo 28, 2018.



mayo 24, 2018

Mi día final

¿Así es como se siente la muerte? ¿Qué el cuerpo pesado y frío toque su fin? ¿Qué me vuelva centro de todos, me miren de frente y lloren musitando una oración? ¿Qué lleguen corriendo para abrazar a los presentes, tan deprisa tan de frente?

¿Así es como se siente morir? Nunca, por un ningún motivo mío, había reunido tanta gente. Lástima que ya esté tan lejos, aunque por fin, después de muchos años, ellos estén tan cerca de mí. Muchos ni los conozco, pero lloran. Otros ríen. Otros no me han venido a ver a mí.

¿Así se siente la muerte? Dicen que los sentidos mueren dos horas después que el cuerpo. Yo ya llevo tres y estoy como nuevo. Muchos de los que veo aquí ahora, los vi en el pasado y no me saludaban; me volteaban la cara. Hoy que me ven y no los saludo, se lamentan y me hablan. Es raro que cuando ya no estoy con ellos, es por mí que están todos reunidos. Hace más de unos cuantos años que no veía a muchos. Mi ausencia pareciera un imán para juntar a los desaparecidos; hay también más de uno que acaba de llegar y ya se quiere retirar. Me di cuenta aquí tendido, que mi ausencia es motivo de fe, pues a muchos de los que veía estar peleados con Dios, los sorprendo estar en pleno rosario, como si cada avemaría fuera un escalón para hacerme ascender al cielo, o por lo menos, no estar tan cerca del infierno.

Nuestro verdadero sentido de vida es nuestro real sentido a la muerte. Quizá por esto valga la pena tanto deceso, les recuerda que pudieron haber sido ellos, los aquí presentes, los que estuvieran en mi lugar puesto en este cofre como si de tesoro me tratasen; en esta caja tan elegante y costosa para ellos, pero tan sin sentido para mí.

Al verme los aquí presentes y observar mi palidez, les recuerda que en este mundo solo viven los suertudos. Me ven y la piel se les pone de gallina. Les dice mi cuerpo gélido que ahorita están vivos por casualidad. Y que gracias a que no han tropezado en un hueco peatonal, no han sido arrollados por culpa de un Gobierno que ha dejado morir las avenidas para que su pueblo caiga y a la misma vez muera, un par de choferes sobre un camión urbano jugando carreras y un transeúnte despistado frente a su celular.


J. Antonio L. Carrera
Mayo 24, 2018.



marzo 26, 2018

Poesía


TIEMPO

Todavía recuerdo ese sábado por la mañana
cuando el bullicio de la gente y el calor me aplastaba.
Yo no veía nada más que prisas:
una cosa aquí, una cosa allá.
Un estar atento y sin descansar.

Entre la multitud, entendí qué era eso,
cuando se para el tiempo.
Vi por primera vez aquellos ojos,
esa mirada que hicieron que se detuviera todo.
Que al verla ella quedara al centro
y todo pareciera tan rápido
y a la vez tan lento.

Ahí vi el tiempo y entendí que existía,
cuando lo vi atento y me decía:
que no la deje ir ni un solo día.


febrero 11, 2018

Corazón de piedra

Tomemos en cuenta una fortaleza. ¿Cuáles son los elementos esenciales de cualquier recinto de esta naturaleza? Son iguales desde hace siglos: muros resistentes y altos para aguantar cualquier ataque, quizá después una buena ubicación, capacidad para defenderse. Y no han cambiado… ¿Lo principal? Una convicción por el cual defender o morir protegiendo ese fuerte. Ese ideal proporciona el motivo y da la fuerza para defender hasta la muerte el castillo y que no sea apoderado. No tanto por la resistencia en las condiciones exteriores o meramente físicas, sino por la obstinación que se tiene dentro de luchar por vivir.

En algún inhóspito lugar, zona frecuente de plebeyos y llanos ciudadanos, caminaba un famoso hidalgo junto a un menesteroso caballero. Consecuencia de un mal de amor, el noble caballero fue motivo de burlas entre sus iguales por tal fracaso. “¿Cómo es posible que conquiste ciudades y no pueda conquistar el corazón de una doncella?”, le decían en tono burlón y sarcástico. Aquel noble con su armadura y su amargura comenzaba a desilusionarse. “¿Cómo hacer que me ame?”, se preguntaba con frecuencia.

Aquel par de individuos seguían su camino. El hombre desilusionado le platicó su fracaso. Esperando las burlas de aquel anciano, se topó con una serie de preguntas alentadoras en aquel momento de incredulidad amorosa.

–Ilustre caballero, ¿Cómo es usted tan famoso en la guerra y tan desventurado en el amor? –Comentaba serio aquel hidalgo–. ¿Qué fortuna le ha jugado tan mal presagio? Debería de alegrarse, pues no tendrá condena eterna, más bien un mal momentáneo con este trago amargo. Ya pasará la desilusión.

–Tendrá usted razón. Sin embargo, este dolor me asecha cada día más. Necesario es hacer que me extrañe, necesario es hacer que me necesite, necesario es que me ame. ¿Cómo podré ejecutar semejante estrategia?

–¿Qué tiene de semejante un castillo y un corazón, señor caballero? Porque si su estrecha inteligencia acierta tales analogías, es probable que su táctica de hacerse amar, se efectúe.

Aquel personaje montado en su caballo se quedó reflexionando. Pasando algún tiempo y al ver que no llegaba a ninguna conclusión, aquel hidalgo continuó con su ayuda.

–De parecidos tendrán muchas cosas. Lo esencial es que están hechos para que sean inexpugnables. Prácticamente difíciles de entrar. –Sentenció aquel señor.

–No me acompañe en mi pena y lo haga más real –le respondía aquel dolido ser.

–Le digo que es difícil de entrar, mas no imposible. Porque una vez que se entra en aquel castillo o corazón, lo más difícil es ahora poder salir de él.

Duros como el hierro son, pero dentro hay vida que florece y se multiplica. Existe una entrada principal, que es el lugar más visible para ingresar, pero no es el único y tampoco el más sencillo, debido a que es el más vigilado.

Cada uno de estos dos elementos tiene su pulso, sus días; su amanecer y su anochecer. Temporadas en las que la comida es abundante. Días de verano, noches de invierno. Y como usted sabe, señor de armas, las ciudadelas fortificadas no se atacan en invierno, ni se asaltan de noche, a menos de que esté loco y quiera perder la batalla. Lo mismo con el corazón de una doncella. –terminó de explicar.

–No puede comparar esas cualidades. Tendrá práctica dando consejos, gracias a su vejez, sin embargo, no venga a decirme cómo conquistar ciudades si nunca lo ha hecho. Es un verdadero engaño el que aparenta decirme, señor hidalgo. Le creía más experto en estas cuestiones. Yo jamás he conquistado un castillo sin entrar por la puerta principal.

–Pues yo lo creía con más experiencia militar, señor caballero. Quizá sus amigos no solo se burlaban de sus fracasos amorosos, sino también de sus pésimas estrategias de guerra –el caballero comenzó a sudar y por sentirse más incómodo–. La mayoría hacen lo común: porque han visto que así todos lo hacen o porque les han dicho que así hay que hacerlo. Los magnos conquistadores, y le pudiera jurar que los grandes galanes seductores, lo han sido por hacer las cosas distintas a los demás.

Supongamos que es imposible entrar para conquistar una fortaleza por la puerta principal. ¿Por dónde entraría?

–No lo había pensado nunca, señor. Así me enseñaron a pelear.

–¿Lo ve? Cambie de perspectiva… ¿Qué tiene alrededor?

–Muros de piedra. Fuertes y sólidos.

–Imagínese que cada día quita una piedra del muro de la fortaleza que va a asaltar sin que nadie se dé cuenta. Poco a poco va a ir debilitándose y desapareciendo. Usted estará ingresando sin que nadie lo note. Una vez entrando, como ya sabe, es imposible que lo saquen. Ha tomado el lugar. Y lo mismo en el amor: conquista diaria, pequeña, sencilla, silenciosa… lo mismo en el amor.

–Señor hidalgo, no lo tome personal, pero jamás había escuchado tal calamidad.

–Debería de ser mejor estratega y dejar de conquistar como lo hacen los demás. Vea los puntos débiles, analice sus necesidades, aprenda cuándo llegar, cómo retirarse, qué virtudes tiene, cuáles son sus intereses…

–¿Está hablando de castillos o de corazones?

–No importa. Que le digo que son lo mismo. Son muy semejantes. Ahora… Lo que le he dicho es lo esencial, falta lo principal. Y eso, amado caballero, es el meollo del asunto.

Cuando atacan una fortificación, es porque no tienen nada en común. Los ideales que se enfrentan son tan diferentes que chocan hasta matarse. ¿Es posible que el defender un ideal hasta la muerte, valga más que la propia vida?

–¿Usted dice que, para poder conquistar una ciudad, hay que hacerse amigos primero y así, tener cosas en común?

–Lo que digo es que, si son semejantes los ideales, no hay porqué pelear. Si las convicciones son las mismas, ¿cuál es la pelea? ¿dónde estaría la guerra?

Lo mismo en el amor, si entre dos partes los ideales son los mismos, no hay porqué atacar para entrar. Teniendo los mismos modelos, perfecta seria su armonía que sirve de norma para cualquier tipo de convivencia. No tendrá que pelear porque hay un común y eso lo convierte en su aliado.

–¿Entonces tengo que conocer cuáles son los ideales de mi amada?

–Primero tendría que conocerse más a usted mismo, para saber cuáles son los suyos y encontrar una mujer semejante.

Los muros podrán ser de piedra o mampostería, altos o bajos, estar bordeados por un río o por encima de una montaña, eso no importa. Cada castillo y corazón es tan diferente como las estrellas en el cielo. Recuerde que es la convicción lo que tiene que tener semejante para hacer suya esa fortaleza. Y hacer de un castillo o de un corazón, su amigo y compañero para pelear batallas juntos.

–Es un pensamiento razonable el que ahora me cuenta para finalizar su analogía. Comenzaré por hacerle caso.

–No le tenga miedo al corazón humano querido caballero. Grandes han sido sus desvergüenzas y tragedias las que ha ocasionado, pero más aún sus alegrías y vanaglorias. El amor es consecuencia de la lucha.


J. Antonio L. Carrera
Febrero 13, 2018.



Almas en el limbo

ANTRO. Del lat. antrum, y este del gr. ντρον ántron.
1. m. Caverna, cueva, gruta.
2. m. Local, establecimiento, vivienda, etc., de mal aspecto o mala reputación.”
(Diccionario de la Lengua Española, por la Real Academia Española.)



I
En esta noche estrellada a principios de marzo, unos amigos, damas y varones, me extraen de mis ocupaciones habituales y me llevan a un sitio lúgubre y espeluznante. El protocolo es básicamente convivir allí, quizá algunos bajo el influjo del alcohol, entre cuatro paredes y un techo que no dejan ver más allá. ¿Cómo es posible que prefieran ser apuntados bajo reflectores hasta quedarse ciegos, que observar brillar las estrellas?
Me preocupa con estos amigos la escasa convivencia que pudiera entablar. A ellos, que viven acostumbrados a la marcha nocturna, ocupados en maravillosos ritos musicales, les angustia la idea de que yo pase algunas jornadas al aire libre, acompañado del sonido de las hojas de los árboles y de los libros, sin más comunicación que el estar sumergido en una lluvia mágica.
Me dejo arrebatar con la dicha incorporación de un grupo de ninfas y centauros en aquel sitio fúnebre y tétrico. Me he deleitado filtrarme un momento en otros universos, para observar las catástrofes sociales, con el fin de volverme a reintegrar a mi mundo natural. Y así, mientras el hombre lobo ejercita sus habilidades y la caza huye vertiginosamente como asustadas por un urgente destino trágico, yo me hago de valor una vez más, y me entusiasmo en esta sobria y templada velada invernal.

II
Me encuentro frente a la fachada de aquella catedral del mal. Se puede percibir un ambiente de furor. Además de pagar una suma considerable para ingresar, antes, se debe rogar más que a nuestro Padre Dios para que un asalariado, menguado y estéril de educación y estudios, se dé cuenta de mi pequeña existencia para dejarme ingresar. No hay lugar con tan mal presagio.
Una vez sumergiéndome en aquel lugar, brota claramente en aquel paisaje melancólico, un Don Juan con su camisa que no se sabe bien si la tiene medio abierta o medio cerrada. De manera paralela, súbitamente, una ninfa agita su cabellera al viento, mientras ajusta su falda precisa. No lejos de ahí, emerge un venderosas, último símbolo de la manifestación amorosa, donde las flechas de aquel Cupido han sido usurpadas por promesas de en juego. El edificio vibra bajo aquel desproporcionado ruido de la música. La multitud salta y brinca, ríe y juega volatizando aquel bello paisaje.
No hay mejor evidencia: este es un lugar surrealista y encantado, sitio de otra dimensión, donde se reúne todo un compendio de lo imposible y lo mejor. Una mezcla suculenta entre el Jardín del Edén y el monte Olimpo, donde emergen y conviven seres divinos. La aparición de un par de amantes, es semejante al encuentro de Adán al ver a su Eva, eventualmente sin todavía cometer pecado, pero por supuesto, cerca de realizarlo.
Todo esto, como neblina, va afectando de manera indiferente entre sueño y realidad. Qué idea tan brillante, ¡ha sido fabuloso construir una cuidad a un costado del antro! Es una existencia efectiva de mágicas fuerzas de incongruencia.

III
Me encuentro sentado. De frente veo un par de ninfas y un fauno. Parece amable. Pronto caigo en la cuenta y observo que no pertenezco a este lugar ni a esta manada, sino mas bien a una especie evidentemente distinta, menos simpática y agraciada, sin interés por el paisaje. Estos individuos aquí presentes, son seres de otro mundo: hijos de la noche, herederos de la cerrazón, sucesores de una nueva especie; hechos para ir esquivando la luz y vivir en faenas obscuras.
El haz de luz neón busca las menudas ninfas frente a mí y las deslumbra. La imagen es semejante a la del cazador que encandila a su presa: el orden exquisito de luminosidad perfecta, triunfa y se derrama con tal seguridad y generosidad, que promete su inagotable destello nocturno. El exceso de luminosidad, que pareciera adornar aquel lugar, se vuelve una sombra mortal. Nadie ve; todos se vuelven ciegos.
Bajo esos reflectores, todos se convierten en verdaderos artistas y cantantes. Todos son famosos. Especialmente los que cuentan con aquel brebaje costoso que les acaban de servir, tan auténticamente adornada con lucesillas de bengala que, al beberla, es semejante al elixir de la vida eterna y el apetito sacia hasta convertirse en mesura. Y muchos cabecillas, se mezclan con la bandera del exceso, para encontrarse ante el mismísimo palacio de la sabiduría y aportar sus conocimientos.

IV
La luz multicolor persigue la pequeña vista de la ninfa a mi costado y la traspasa. Bajo esos rayos, todo se convierte en oro puro. Gradualmente su mente y conciencia se involucra con los problemas del ambiente y del entorno, los problemas sociales, mientras que pone en el olvido las contrariedades propias.
–¡Qué bonitas luces! – dice una de las damas, llamada Amanda, como si fuera un último amanecer el que estuviera admirando o un delicioso rayo de sol con el que se topara.
–No comprendo cómo puedes vivir sin que te guste esto– me dice la otra.
–Es que yo no vivo señorita– le contesto. Se me queda viendo.
–¿Pues qué haces, entonces?
–Procuro ayudar en la vida de los demás.
–Pero eso es un martirio, ¿no crees? – insinúa ingenuamente aquella deidad, un poco más sensible.
–Que no le quepa duda señorita; el involucrarse para bien en la vida de los demás es un verdadero martirio. Mártir viene a significar algo así como testigo. Yo atestiguo que usted está aquí: que existe. Que es usted ahora, prisionera de estos reflectores, viene a ser una leyenda cüasi perfecta; que el portentoso diseño de su corto y ajustado vestido, su bello bolso de piel de oso, es real, hasta el punto de saberme arrepentido por no haber traído una red y quedarme con ganas de atraparlo antes de que se escape.

V
Testigo soy. Un manifestante de la portentosa creación del universo, del mundo, y de los seres que lo habitan. ¡Misión que no es ruin ni despreciable, querida ninfa amiga! ¿Qué pasaría si no existiera alguien que dé fe y atestigüe todas las cosas? Ésta, seria inexistente.
Mire usted señorita, en este preciso momento las personas que nos rodean, en aquellas mesas bebiendo, por otro lado, los meseros que entran y salen. Se juntan y dispersan en estas cuatro paredes, bajo las luces y el ruido, pero por encima de todos: se encuentran ocupados sin más que vivir cada quien su vida.
Nadie observa ni la sombra que advierte el preciso momento en el que usted ingresa a este sitio. No son ni capaces de mirar su gentil rostro de usted; la incandescencia en torno a ellos no permite distinguir bien sus facciones entristecidas; hijos de la noche, primogénitos de una sociedad eclipsada. Señorita, como si fuera Drácula, acaba usted de poner rumbo y hundirse. Está ingresando nada más y nada menos, que en este elemento sombrío: bienvenida al inframundo.
Como si fuera poco, como restos de un apocalipsis, la niebla se envuelve sobre nosotros. Sólo tres son los objetos que, como faro, arrojan una salida: el blanco de las perlas de sus aretes, el blanco de su dentadura y el blanco de sus ojos. Esta triple mezcla de calidez, elabora el mejor ritmo aquí reunido, completamente superficial; es, sin duda alguna, lo más importante y lo más valioso que en este rincón del mundo, ahora está sucediendo.

VI
Soy un fiel tributo de la sagrada tierra en la que he brotado.
Es curioso este lugar. Mi pensamiento y comportamiento siempre ha sido inapropiado ante tales seres; individuos como los aquí presentes. Este sitio, no es un terreno que hace brotar frutos, o rojas y bellas rosas, producto del orden y hermosa manifestación de la naturaleza. Sino que, al contrario, gracias a esta conmemoración social, cortan esas flores para obsequiarlas, dejando que se marchiten en un espacio cerrado sin poder respirar. Esperan pacientes hasta ser compradas, no por el más enamorado, sino por aquel que necesita más amor. Este tipo de fiel comprador, revela lo que le gustaría que hicieran con él: que le regalen una flor.
A granel las venden y las malbaratan. Muchas veces son arrojadas al suelo y pisadas, despreciadas; por lo menos yacen donde nacieron, pero es un destino vergonzoso el que le dan a las obras de la naturaleza que al final, son las que nos han dado la vida.

VII
En las diversiones sanas, querida ninfa amiga, es normal que se sienta un vértigo al no saber a lo que se va. Hay una ingenuidad de niño por no saber lo que podrá pasar. Una de las cosas más emocionantes, es la incertidumbre de los viajes y una imaginación que lo propone todo. En contraste, en este sitio nocturno se sabe a lo que se va. Y a pesar de eso, usted sigue asistiendo y participando con frecuencia. Al límite. Consciente de que probablemente, no regrese a su verdadero hogar.
Señorita, no comprende. Mi corazón late con fuerza al recordar muchas amistades y jóvenes ilustres, para tristeza mía y de todos, que han perdido la vida concurriendo a esta catedral del mal. Hay seres de los que pocos hablan, que callaron para siempre y hoy respiran solos en su tumba fría. Pero también están los individuos de los que nadie habla, que caminan muertos y siguen viviendo todavía. Estos segundos son los que corren más peligro. Porque se les ha olvidado ser partícipes de la vida, y van sin rumbo a merced del cariño que les proporciona adentrarse a su mundo lleno de espejismos y falsa camaradería.
La mayoría de los grandes poetas griegos, muy antiguos por cierto, cuentan que los héroes pelean y mueren no más que para dar motivo a que posteriormente el poeta los escriba, el trovador los cante y el pueblo los recuerde. Aquí descansa su historia; la leyenda de estos caídos de la guerra nocturna.

VIII
Si yo también fuera un esclavo de mi propia vida, tampoco lo habría notado. He cumplido mi alta meta de ser testigo, y esta realidad, tan breve y simpática, queda para siempre liberada. ¡Todos conservamos un recuerdo eterno de su recorrido en aquellas tinieblas!
–Yo diría que usted existe, señorita Amanda, gracias a que yo doy prueba de que es real. Por otra parte, ese vino que se ha derramado en la camisa de aquel fauno, se ve excelente.
–Veo que eres un personaje atento y sarcástico, con algunas condiciones para la argumentación. Casi me arrepiento de haber sentido, hace un par de minutos, cierta pena y lástima pensando en tu vida sin antro.
–Deje su sarcasmo y las bromas a un lado señorita. Le confieso a usted que hasta hace poco no he sabido porqué huía en asistir a está magnifica cueva nacional. Desde hoy, ahora sé que lo hago para acompañarla y acostumbrarme a su desesperación.
–¿Cómo? ¿A mi desesperación?
–Efectivamente, amiga. Bueno…a la de todos los aquí aglutinados; a toda esta reunión de masas solitarias.

IX
Han llegado a nosotros participantes de ambos sexos. Todos se hablan sin respeto alguno, según el código y privilegio de la amistad contemporánea. Hablan de los partidos de hoy por la tarde que finalizaron antes de asistir a este ambiente lúdico. Se advierte que en esta vasta extensión, en este extraordinario cosmos que es el antro, la operación de empujar a todos y faltarle el respeto a las damas o meseros, adquiere una jerarquía suprema, que permite encontrar el sentido a la penosa existencia.
Entonces un fauno, lascivo pero humano, se hallaba en entre nosotros. Lleno de curiosidad y simpatía hacia mí, me hizo una magnifica propuesta:
–Deberías de hacerte socio de este club, como nosotros, y venir todos los fines.
–Gracias amigo, pero no. Yo no puedo ser socio de este club y frecuentarlo semanalmente. Semejante equivocación acarrearía en mí, una condena milenaria, por no decir eterna.
–Esta afirmación implica una grave sentencia en contra de nosotros– responde el ejemplar fauno.
–En efecto. Si de algún modo usted no viniera, no fuera socio de este club, incurriría en la misma falta que yo si asistiera. Los dos estaríamos siendo indiferentes a nuestras convicciones, nuestros dogmas, nuestras doctrinas fuertemente adheridas.
Aquel ser mitológico, no entendía.

X
Al inicio de la humanidad, cuenta una leyenda que existía una deidad llamada Dríade, una ninfa de los bosques, cuya vida duraba tanto como la del árbol a la que se sabía unida. Hoy no estamos muy lejos de aquella creación del mundo. Estos nuevos seres mitológicos, hoy están unidos a este edificio. Sus raíces bajan hasta los cimientos de esta poderosa nave. Nace, crece, se reproduce y muere dentro de esta gran caverna a la que se sabe unida.
El suelo comienza a temblar. Las colillas de cigarro, tapas, hielos en el suelo comienzan a vibrar; imitando los pequeños saltos de la masa humana. Pensando ingenuamente que pudiera ser una gran estampida, frente a mí, se avecina una humilde manada de ninfas descalzas. Saltando y bailando caminan de un lado a otro. Noto sus extremidades inferiores sucias y descubiertas. Cada una de las fabulosas deidades de las aguas, bosques y selvas, pasan frente a mí. Me atrevo a entablar una conversación con una de ellas, la ninfa de los bosques.
–Parece usted un verdadero ser mitológico señorita, salido de otro mundo.
–Noto en ti un tono sarcástico– Me dice también con burla.
–Sólo le falta la flauta transversal y algunos cascabeles en aquellos tobillos desnudos para que termine de llamar la atención. Porque lo demás, hecho está.
–Si no sabes por qué estamos descalzas, amigo, mejor ni te entrometas.
– ¿Y a qué se debe la unión íntima de sus cayos con la llana superficie artificial? –La bella dama se me quedó viendo sin entender.
– ¿Qué culpa tiene el suelo? – Me permití repetir en su idioma.
–Lo que pasa es que mis tacones ya no los aguanto. Ni yo, ni ninguna de mis amigas. Por eso bailamos descalzas.
–Y, ¿por qué no se viene en unas calzas más cómodas, en una ropa menos ajustada y con un peinado más agradable? – Le pregunté.
– ¡Cómo crees! Eso es una verdadera falta. Me gusta que me vean llegar nueva y entera. Los hombres solo recuerdan el principio, ya después no se acuerdan de nada. Y esto encaja perfectamente en mi reputación.
–No solo recuerdan el principio, también al parecer, solo se fijan en las apariencias. No debería de pensar tanto en lo que piensen de usted, señorita amiga.
Mientras yo seguía en plena conversación, aquella mujer se olvidó del diálogo entablado, recordó que tenía unos panderos en su bolso, los sacó y súbitamente siguió con su carnaval. La manada siguió su cauce, su camino. Yo el mío. El suelo descansó.

XI
No muy lejos de la mitología, también están los cuentos de hadas. Estos pequeños seres, que en ocasiones toman forma de mujer y que tienen el mágico don de adivinar el futuro, han transmitido de generación en generación un cuento que habla sobre una princesa que asistió al baile del príncipe y que al tocar las campanadas de la media noche, se convertía en una paupérrima dama. Los seres encantados, pronosticaron que seguiría pasando hasta que la raza humana se encontrara extinta. Pronosticaron que esta será una maldición que afecte a más de una mujer.
Al no poder conversar de manera natural con ningún copartícipe nocturno, por el ruido de la música y el humo del ambiente, mi cuerpo se encuentra desgastado por esta noche tan urgente. Aquel conjunto de sistemas orgánicos, que me constituyen como ser vivo, me claman a gritos que regresemos a descansar.
La luna llena se puede percibir en las ventanas como un faro. Siendo la media noche, justamente, ni un minuto más, ni un minuto menos, el hombre lobo se desgarra sus vestiduras para lanzar su aullido, anunciando que comienza su velada. En otra zona de aquel lugar tenebroso, unas damas que como princesas llegaron, se encuentran convertidas en unas menesterosas y desalineadas almas. Como si de encanto se tratara, pasando la media noche, se convierten en otros especímenes. En lugar de ejercer su poder sobre los hombres con una atracción irresistible, en este momento culmen, aquella transformación puede acarrearle un fin desgraciado a todo varón.
Mirando aquel espectáculo, se me olvida el aburrimiento. Me digo que el frecuentar este lugar, es un verdadero lujo. De mi lista de sueños a cumplir, borro inmediatamente la visita a un zoológico y me sumerjo en esta función pública.
Es precioso el género humano, capaz de ofrecer a la mirada la oportunidad de contemplar intelectualmente, de poner los sentidos, los afectos, la atención y mover los ánimos infundiendo deleite, estupor y en unas ocasiones dolor, a estos episodios tan nobles.

XII
A diferencia de un cuento de hadas, esta historia no tiene un final feliz. Al contrario, nos pone en una situación vulnerable: quedarse o huir.
Fue en vano. Mis amigos con los que había llegado, desaparecieron. ¿Mi comportamiento había disuelto este grupo tan fraterno? Llegué a la conclusión que no. La razón del abandono era otra. El antro es infalible, como engranes celestiales, ya a cierta hora, los grupos y parejas se formar con virtuosa puntualidad. Ni la amistad más perfecta, ni el clímax bastan para detener a estos dos mundos encontrarse.
El lobby por el que entré en un principio, había quedado vacío. Únicamente Amanda, con su rostro aburrido, se encontraba a mi costado.
– ¡Estimada Ninfa amiga! Lo que hace usted ahora es lo más excelso de todo. Se queda conmigo, prefiere mi compañía, en vez de ir a perderse por allá. Es decir, evita que su alma se adentre más a este lugar tenebroso y la pierda, y en cambio, opta usted por seguir con esta conversación a mi lado.
–Sí, ¿sabes qué? Por la tarde, al bajar un escalón después de terminar de ver el partido de soccer mis amigos y yo, me doblé e hice daño en mi tobillo izquierdo y no puedo andar por el antro.
– ¡Ah, venga! ¿No me diga usted?


J. Antonio L. Carrera
Febrero 12, 2018.



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