enero 25, 2021

Alba

Al ver sentado el crepúsculo, mientras unas brazas todavía calientes de la fogata de ayer calientan mi café humeante, intento escribir los colores rojizos y amarillezcos, de diferentes tonalidades que suscitan mis sentidos al ver aquel amanecer.

El sonido lejano de una cacatúa, el primer canto del cenzontle, la briza fresca con sereno de una nueva jornada, es con semejanza atinada, un génesis inmortal y efímero.  Experimento una increíble claridad en los momentos en que la naturaleza es tan bella, tan hermosa. Pierdo la conciencia de mí mismo y las imágenes vienen como en un sueño. Caigo rendido ante esta maravilla natural e intento escribir. Me detengo a pensar: ¿Cómo describiría la perfección de la naturaleza en una sola palabra? ¿Cómo sería el mundo si entendiéramos que todo somos naturaleza?

Todo lo inamovible, la montaña, los lagos, el encino… es natural y en cualquier lugar tiene la misma fuerza; la fogata quema igual en el desierto que en el polo norte. También el bosque es un equilibrio de todas las cosas, y por eso es eterno: uno sigue el rastro del sol, el caminar de las sombras, el sonido de las hojas secas rascar el suelo, la frescura del viento, el fulgor del agua... En este lugar los muertos se acomodan para servir de frutos a la tierra: y que esta, renazca.

Dicen que un viaje a la montaña, al bosque, es un recorrido hacia nosotros mismos. Que asistir a una cueva es una excavación a lo más profundo de nuestro ser. De ser así, ¿las grutas son entradas al abismo de nuestro corazón? e ahí la mayor de las inquietudes: excavar el yo mientras se sondea el cielo. El yo es un abismo que da vértigo y muchas veces penetrar demasiado espanta a cualquier viajero.

Por lo demás, ya adentrándonos en cuestiones menos filosóficas y más naturales, todas las demás cuestiones requieren ser abordadas con precaución. Abandonar la superficie sea para subir, sea para descender: siempre es una aventura y habrá que pedir permiso a la Madre Tierra para explorar sus entrañas. El descenso, sobre todo, un acto obligatorio. Uno piensa en las caídas, pero la asfixia o el vértigo es más temible.

Las excursiones no están exentas de peligro. Las caminatas a la montaña tienen a sus muertos, sus locos, sus paranoicos e hipocondriacos. Se va a donde se plazca, si… uno planta el campamento donde quiera, come donde quiera y toma lo que necesita, pero hay que tener cuidado, pues la misma Madre Tierra exige a sus hijos algo a cambio proporcional a lo que se toma prestado.

Es propio de la libertad tender puentes hacia lo natural. Fuera de esa naturaleza, del río, de la montaña, hay que aceptar las estrictas reglas urbanas de la propia sociedad: de la empresa, del hotel, del club… a falta de esa libertad, me he visto en la obligación más que en la necesidad, de a menudo comer sentado en el suelo de mi casa (lo hago frecuentemente) ya que después de la montaña, el propio hogar es el siguiente lugar, en escala jerárquica de semejarse a un paraíso terrenal de libertades naturales. Existen las personas que prefieren ser libres en las llanuras y están las bestias que prefieren ser esclavos de su propia mansión.

En la ciudad, el modo de vida actual de los humanos no es natural y los ha hecho seres extraños: egocéntricos, exagerados en vestir y en gastar. Mujeres extremadamente maquilladas, con joyas de tamaño desproporcionadas, que se visten demasiado tapadas o casi desnudas, demasiado opacas o muy llamativas. Los hombres parecen extremadamente ricos o extremadamente pobres, obsesionados con los negocios, el dinero, las apuestas y las mujeres. A veces pienso que cuando la humanidad llegue a su fin, seremos una bendición para la Tierra. Hoy el ser humano ya no vale nada. No vale nada porque no sabe lo que tiene. Nuestra época rememora la decadencia humana: todo existe, pero nadie cree en lo que ve. Han desaparecido los vínculos naturales, porque el hombre ha perdido su vínculo espiritual con la vida. Y toda persona, animal o cosa, nos parece cómico. El valor de un hombre se mide por su sensibilidad con la Madre Tierra, y hoy, es algo extinto.

La vida en el campo, en la tierra, genera una especie de lazo con la naturaleza y la sensación de ser libre. El sonido del bosque, todos los días mientras el sol asoma sus primeros rayos de luz, eleva una oración silenciosa de agradecimiento para celebrar su abandono y el olvido del hombre ante la naturaleza. Súbitamente vuelvo a mi café ya frío, unas brasas apagadas y me recuerdo lo fugaz que es el tiempo.


  

J. Antonio L. Carrera

Agosto 15, 2020

agosto 02, 2020

La niña y el leñador

“¿Qué pasa cuando se abraza el amor y la muerte? ¿Se muere el amor? ¿O se enamora la muerte? Tal vez la muerte moriría enamorada y el amor amaría hasta la muerte”. 

El amor es más fuerte que la muerte; la única fuerza, capaz de transformar los corazones, capaz de convertir el corazón propio y ajeno, capaz de reconciliar lo bueno con lo malo, lo bello con lo horripilante, el mal con el bien, la muerte con la vida. Es el puente para unir lo mundano con lo divino, lo fugaz con lo eterno, lo vil con lo digno. Al amor le debemos todo y es a lo que habremos de apostar siempre.


I

En algún recóndito bosque, insertado en aquel generoso espectáculo natural, un leñador cada mañana se levantaba para hacer su trabajo. Consistía básicamente en talar y talar. Recuperar los maderos regalados por los años, tirados al suelo, añejos.

Inicialmente cortaba troncos antiguos, los ya viejos. Posteriormente, recuperaba los troncos podridos, mal crecidos; lo que la naturaleza iba dejando para renovarse. Aprovechaba el desperdicio de tablones en el bosque. Toda esta madera, la usaba el viejo para el horno de su hogar; humilde fogón, que no se podía apagar nunca, pues tenía que permanecer caliente el sitio para abrigar a su esposa, la ya acostada y enferma desde hacía bastante tiempo.

El leñador no puede esperar: corta, tala, mutila. Día con día y sin descansar, troza arboles viejos y podridos. La llama de su hogar no se puede apagar por ningún motivo. Pero también no había día en llegar a sus pensamientos: “¿Soy digno de talar un árbol que con esfuerzo y a través de los años, se ha mantenido de pie?”. Con esa triste reflexión trabajaba.

 

 

II

Todos los días, mientras el leñador hacía su actividad de talar durante las jornadas laborales, una pequeña infanta se paseaba serenamente por el bosque. Miraba a lo lejos y con curiosidad el compromiso del caballero por acabar con los troncos leñosos y elevados.

La joven Ava –la llamaremos así por cuestiones literarias– no podía dejar de observar el trabajo del señor. La dejaba anonadada todo el esfuerzo para tirar aquellos árboles y llevarlos hasta su cabaña de donde salía una columna de humo.

Tiempo después, la chiquilla alma con ojos de ángel, se levantó decidida. Secretamente deambuló por el bosque para recolectar semillas de los frutos de los árboles. Las secaba y preparaba para irlas dejando nuevamente por todo el sitio plagado de abundancia verde desordenada. “Mientras más semillas, más árboles y mientras más árboles, más vida y más trabajo para el señor”, pensó. Y así, el triste viejo no dejaría nunca de tener trabajo. La pequeña niña dejó un mar de simientes para que fueran creciendo más y más árboles, y el bosque no se acabara nunca.

De nuevo en el bosque, la niña al observar las raíces cortadas de los árboles, se dio cuenta que en el centro, crecía y se asomaba lentamente un pequeño pero fuerte mástil verdoso. Comenzó también por regar esa nueva vida para que prosperara fuertemente. Al estar rociando las chispas de agua, parecían lágrimas de los troncos las cuales hacían renovar el sitio. Y así, sin oficio ni beneficio, la niña le fue dando un equilibrio al bosque; una vocación para mantenerlo con vida.

 

  

III

Una tranquila tarde soleada, sin conocerse mutuamente y sin saber que se ayudaban el uno al otro, el viejo y la pequeña chiquilla, terminaban un fatigoso día de trabajo cuando de repente, se vieron obligados a salir corriendo del frondoso bosque.

Por todos lados comenzaron a caer árboles. Se dieron cuenta de una plaga de castores. Cortaban con sus dientes los troncos y se los llevaban a sus madrigueras. Trozaban, derribaban y secuestraban los troncos sin distinción. Los animales roñosos, olvidaban los troncos viejos y podridos para deleitarse en la joven madera; quizá por su resistencia, quizá por su cabal manera de sostenerse en pie, no lo sabemos.

Carcomen y dejan desplomar los maderos. Los van secando. Los tienden al sol. Envejecen siendo todavía flamantes. Sus frutos no se producirán más. Mientras son talados cada uno de aquellos árboles jóvenes, caen esos frutos como lluvia a un suelo duro, para quedar tendidos y esperar ser recogidos.

“¿Qué caso tiene talar un árbol en crecimiento, donde a través del tiempo dará mucha madera, pero hay que esperar noches y días para verla, años para tenerla y siglos para ser digno de usarla?”, pensaba el viejo leñador para sus adentros. Un funcionamiento mecánicamente en armonía entre dos individuos: uno cortando ordenadamente para mantener el horno encendido y la niña sembrando y cuidando la madera de un viejo talador, los mamíferos cual roedores, iban arrasando en poco tiempo lo que en años se necesitaba para no extinguir el bosque.

 

 

IV

La niña, en un espectáculo de terror, al intentar escapar de los mamíferos, se topó con la casa de la columna de humo. Entró. Olvidó su amargura al ver a la mujer tendida. La pálida mujer se encontraba abrazada por el calor de aquella chimenea. Una impresión de sufrimiento plagaba el ambiente. Se acercó la niña y la miró.

–¿Qué haces aquí sola, niña?

–Me perdí mientras huía. Unos animales están acabando con el bosque. No supe a donde escapar.

En ese momento, se escucharon pasos. Entró el gran leñador y se sorprendió al ver una criatura frente a su esposa.

–¿Estás bien? ¿te hicieron algo los castores? –preguntó con frialdad el leñador.

–Alcancé a escapar. No supe a donde ir. –respondió con tristeza y avergonzada.

–¿Y esa bolsa? ¿por qué guardas semillas? –preguntaba mientras colocaba leños en la chimenea.

–Me aseguro de que tenga siempre vida el bosque. Mi encargo es sembrar la cantidad de semillas por los árboles que tu tiras. Pero ahora con los castores, no sé qué voy a hacer. ¿por qué no acabas con ellos? –le preguntó.

–¿Qué es un leñador en el bosque? Mi único trabajo en mantener la chimenea encendida.

La pequeña niña no entendía. Pero el leñador, su mujer y la joven alma, se protegían en la humilde casa mientras unos castores, roñosos y ponzoñosos, acababan con el trabajo de ambos. Y así, pasó el tiempo. 

 

 

 V

Como el lector sabrá y fue avisado a los inicios del cuento, el bosque gracias a la rapidez de los castores y a la lentitud de recuperación por parte de la naturaleza, el bosque se fue extinguiendo. Los castores eran felices con toda su madera. La niña ya no encontraba semillas para equilibrar el bosque y al leñador le era difícil encontrar madera.

La madera escaseaba y el fogón iba perdiendo su calor. Una débil llama en la chimenea se iba apagando. La mujer del leñador comenzaba a quejarse. El leñador cada jornada buscaba más lejos. La débil flama se extinguía rápidamente. En ese momento del día, la visita de la niña con ojos de ángel para ver a la mujer dormida, hizo reavivar el calor humano. La chimenea mostró una ligera esperanza. El amor de aquella niña se fue apoderando de la pequeña cabaña, la cual se hacía cargo mientras el leñador salía a trabajar.

Noches posteriores, la llama paulatinamente se fue extinguiendo hasta apagar su fuego. En ese momento una ráfaga de viento surgió desde la chimenea hasta donde estaba acostada la mujer enferma. La niña corrió y fue cuando la mujer expiró su último aliento, el mismo soplo se mezcló con la ráfaga de viento. Aquel aliento salió por la columna de la chimenea haciendo que se formara una gran nube gris. La nube fue aumentando su tamaño y en ese momento cayó un rayo en la punta de un árbol no muy lejano al hogar. El trueno se escuchó por todo el llano árido. Al árbol le comenzaron a salir llamas y comenzó un gran incendio en el bosque. Lo que quedaba de él.

 

 

VI

El bosque, ahora una sabana en llamas, comenzó a recorrer toda la explanada. Pequeños animalitos de sus madrigueras salían corriendo por doquier. Los castores y sus depósitos de madera fueron consumidos en segundos. Aquella manada de unguiculados, fueron arrasados por la naturaleza. El fuego no dejaba nada a su paso. No respetaba ley.

Al amor del fuego se han dado forma hermosas leyendas, construido bellas historias, cocinado platillos espectaculares, se han reencontrado felices amantes. Pero también con ese mismo fuego se han destruido ciudades, se han consumido vidas, se han quemado futuros inciertos. Un mismo don puede ser usado para sacar lo mejor o lo peor de nosotros.

 

 


VII

El fuego no dejó nada a su paso. La tierra caliente y entristecida sacaba humo por doquier. El suelo con grietas cual llagas de su piel marchita, se quejaba. No quedaba vida alguna.

De pronto el horizonte vislumbró dos almas tomadas de la mano, con los rostros carbonizados y sudorosos. Caminaban sin rumbo fijo.

–¿Qué se hace cuando no hay nada? – la niña le preguntaba al leñador.

–Siempre habrá un nuevo comienzo, mientras haya esperanza.

Pronto llegaron a los pedazos de la cabaña. Hombre y niña buscaron algún indicio. La pequeña saltaba por encima de todo: los techos caídos, las puertas quemadas. Miró al ras de un muro destruido y le llamó la atención el lugar donde había empezado el fuego, donde cayó el rayo. El esqueleto de un árbol hecho carbón tirado y en la base un objeto con la que la niña se identificó. Comenzó a llorar.

–¡Mira! ¡Ven, corre! Donde ha caído el rayo de tu mujer: una semilla.

El grande y fuerte varón al ver a la niña sollozar, se dio cuenta que también él comenzaba a llorar. Las gotas de lágrimas fueron recorriendo la base del árbol tirado hasta llegar a la semilla. Al humedecerse, brotó una ramita verde. La cual cuidaron para hacer renacer el bosque.

Y así, aunque en ese momento no tuvieran nada, aquel par de solitarios comenzaron felices con un nuevo deber, una nueva esperanza.

 

 

J. Antonio L. Carrera

Enero 21, 2019


junio 05, 2020

Mueres


Lloras.

Ellos lloran aún más. Sus lágrimas caen al suelo y hacen fértil las semillas que están por germinar. Los presentes evitan a toda costa entristecerse; no llorarán por más de tres días.

Ves mucha gente entrando con flores, ramos, arreglos. Te preguntas porqué esos obsequios nunca te llegaron en vida. Piensas: Quiénes son esos individuos que regalan flores a los muertos, pero que están peleados con los vivos. Observas a muy buenos amigos, antes tus hermanos. Recuerdas que hace más de algunos años, no los veías. Percatas su mirada triste y cara cansada. Te quedaste sin hablar en vida con ese amigo, pero él viene a cantarte y a tocar canciones al muerto que yace enfrente. No le regalaste ni migajas de sobra para una cena, no le tuviste tiempo para un cigarro juntos y sin embargo, lleva el día completo en tu funeral. No le devolviste llamada, no le respondiste esa carta, no asististe a su fiesta de cumpleaños y llegaste tarde al nacimiento de su hijo. Y lloras. Lo único que haces es que te lamentas y te lamentas como un extinto ser. Eres una deshonra, como todo el mundo, donde tu único honor, es la muerte. Te arrepientes de no haber seguido el consejo de tu abuela: “Vivir con dignidad, consiste en recorrer la vida ordinaria como si ya estuviéramos muertos.”

Tu intención en esta vida nunca fue llamar ni ser el centro de atención.  Te duele que estén levantados a media noche. Tú, quietecito: de cuerpo presente. Ellos duermen. Se desvelan por ti, descansan por ti. Les dices que ya descansarán el día que se vuelvan a ver, que es necesario tomar un respiro en toda esta hecatombe de noticias. Pero no te escuchan. Todo esto es demasiado tarde.

Las sillas metálicas y plateadas se arrastran mientras ves entrar y salir a los transeúntes. Los santos de cantera rosada te miran y se suman a los rezos. Una taza de cerámica blanca aguarda un café más frío que tu cuerpo y eso, te da consuelo. Miras el nido atrás de la ventana con sus palomas gordas, recién comidas. Te detienes y recuerdas esos bellos placeres que ya nunca volverán.

Les gritas que no te entierren, que no gasten para encerrarte en un lugar lujoso y ostentoso bajo una luz fija. Lloras y lloras para que no te limiten y encierren en una caja de roble fino tallado a mano. Extrañas esa montaña. Esa montaña en la que de joven añoraste que fueran esparcidas tus cenizas al viento, pero que a nadie le platicaste. Aquel hermoso sitio donde imaginabas que el cielo fuera tu techo y las estrellas tu luz. Un lugar en el que asegurabas que tus consejos serían susurros del viento. Y ahora estás bajo tierra, en la fría y seca humedad, donde los gusanos no dejan nada.

Súbitamente entiendes que morir es parte de la vida; que de hecho gracias a la muerte, tu vida apenas comienza. Es lo que te ha dado sentido en este caminar. Viajero eres de este mundo, pero residente de la eternidad.

Procuras evitar el miedo a lo desconocido y miras de frente a la muerte, directo a los ojos, sin parpadear. Concluyes que, de lo único que estás seguro, es que algún día vendrá por todos: hoy vino por ti. Te fuiste primero. Solamente te adelantaste un poco. Que los que se quedan tengan paciencia, pues en menos tiempo del que piensan, alegres estarán gozando de la vida eterna.

 

J. Antonio L. Carrera

Marzo, 2020

diciembre 26, 2019

Herederos de la humanidad

Person Standing on Hand Rails With Arms Wide Open Facing the Mountains and Clouds
Solo el hombre, de todos los seres vivientes, puede ascender hasta la montaña más alta del mundo hasta casi rosar el cielo, por donde habitan los ángeles. O bien, caer más bajo que un gusano, hasta las profundidades del abismo; entre estos miserables hay hombres que tal vez un día fueron grandes o poderosos señores y que han caído de repente en la miseria. Por una parte, hay que conocer la vista impresionante desde el pico de una montaña, esas moradas celestiales con picos helados, pero también hay que considerar que es justo ver la suerte que le puede reparar a cualquiera. Hay quienes deben esforzarse por acabar en el infierno; muchos ya lo han encontrado en esta vida.

Un individuo con una gota de sentido común es una persona que criticará estos tiempos. Ya lo decía Dickens: es la mejor y peor época. ¿Alguna vez se vio en la Historia del mundo, que hubiera más muertes por obesidad que por hambre? Somos una época privilegiada. ¿Desde cuándo los alimentos, bebidas —cualquier producto— están repletos en cualquier tienda, llenan cual muros los pasillos de los supermercados y están en la palma de nuestra mano? Hoy la pobreza tiene otra forma. ¿Acaso se ha visto antes que se busque vida fuera de la Tierra y se niegue una dentro del vientre materno? En la mayoría de los casos, el sentido común es el menos común de los sentidos. ¿Que se inviertan millones de dólares por querer explorar otros mundos sin apenas conocer bien nuestra familia, nuestra colonia, nuestro pueblo? Empeñarse en encontrar agua en Marte y no poder cuidar la de nuestros mares. ¿No hay incongruencia más grande? Así de evidente es nuestro desorden por buscar nuestras metas, nuestras prioridades. Lo más bello y hermoso se encuentra frente a nuestras narices. ¿Porque siempre hay una atracción a lo que no se tiene, aunque sea de menor valor? Se le ha hecho más fácil al hombre llegar al cielo, al espacio, que el corazón humano.

People Having a ConcertLa vida contemporánea produce bellas noches, marchas nocturnas inolvidables llenas de luces, furor y color, pero a su vez provoca desayunos amargos y penosos, solitarios; su moneda es el hedonismo. Las ciudades ya no son semilleros de futuros héroes, líderes o personajes históricos, sino criaderos de placeres y villanos: hombres que se aman a sí mismos. ¿Qué es la propia ciudad sino el reflejo multiplicado de nuestra propia humanidad? Somos prisioneros de nuestras ciudades porque somos prisioneros de nuestras pasiones. Otra cara de la misma moneda. Cuando los hombres dejan de comportarse como hombres, se convierten en bestias y es preciso, casi obligación grave, mostrar al salvaje la vida culta, delicada y armónica en todos sus aspectos.

Entre las características que distinguen la sociedad de esta época presente con respecto a las pasadas, cabe mencionar lo siguiente: cuando un hombre solicita ayuda, ellos no le proporcionan ayuda, le dan un consejo; ahora todo mundo tiene una opinión, pero no la capacidad de ejecutarla. Este, al asumir la ausencia de manos, basta para dar la vuelta a los problemas y seguir con la rutina. Nos encontramos con gente que trabaja más que nunca, pero en un trabajo que no le gusta. Seres que hablan y presumen más de lo que escuchan. Ciudadanos que exigen más de lo que dan a cambio. Amigos que hablan diario entre sí, pero se conocen menos; la presencia es menor en lo profundo de su ser. Hombres que ríen más, pero se alegran menos, se entristecen más, pero lloran menos. En el alma de este ser humano confluyen dos corrientes contrapuestas: un sistema antiguo que venera a muchos dioses, y el contemporáneo que convierte a la propia alma humana en dios.

El varón contemporáneo si no media conversaciones que involucren dinero, automóviles, estilo de vestimenta o menesteres sexuales, no hay motivo siquiera de reunirse. Ven la vida no como un motivo o pretexto para servirle, sino una cosa para seducirle. Ya no se habla de gloria que quiere decir: hacer, abundante, digno… se habla de éxito que viene a ser más bien un fin o un término. ¡Qué ruin y miserable es que los jóvenes de hoy sean tan conspiradores y orgullosos de sus posesiones materiales! Esos mismos hombres, esos mismos jóvenes con corazones egoístas, no saben nada de la responsabilidad. Y la ausencia de responsabilidad es carecer de amor hacia uno mismo. Lo tienen todo y a la vez nada, ya no son capaces primero de gobernarse a sí mismos; son víctimas de sus pasiones porque son esclavos de sus deseos. ¡Oh, hermoso mundo contemporáneo que hospeda tales seres!


Nos quejamos de esta triste época, "no traeré hijos a este mundo". ¿Opinaban así los padres de Víctor Hugo en plena Revolución Francesa? ¿O pensaban así los padres de Albert Camus en medio de la Gran Guerra? O en pleno holocausto de la segunda guerra mundial, ¿los padres de Ana Frank se planteaban estos mediocres pensamientos? Estos pensamientos son solo un reflejo de nuestro egoísmo. Si nuestros padres hubieran pensado así, no estaríamos gozando de esta maravillosa vida. Para bien o para mal, como lo escribe John Gray, esta época contemporánea se encuentra en un tiempo prolongado de paz, quizá el más largo de todos, por la ausencia de guerra; pero con el temor de qué en segundos, una destrucción nuclear acabe con todo.



J. Antonio L. Carrera
Diciembre, 2019




abril 15, 2019

Reflexión de un citadino en la montaña


¡Qué noche! ¡Qué cielo! ¡Qué estrellas! Lo hemos dicho ya: el hombre tiene necesidad de escapar de su realidad y volver su mirada hacía la montaña. A través de los años, se ha vuelto un sueño ser libre y conocer la libertad desde sus alturas. Conocer la montaña es para el hombre una evasión fuera de la vida real. Quedarse en la ciudad, vivir siempre la rutina, se convierte en un temible refugio, peligrosa violación de prisión, caída a menudo probable. De esa caída ya hemos dicho el nombre: locura.

         Mira, si alguien a tu alrededor va con los pies desnudos caminando por el frío asfalto, paséate sin temor por la naturaleza, no aplastes sin saber por qué la flor de la hierba crece, no avances sin cuestionarte los nidos de los pájaros. Explora de lejos a las ciudades y de cerca a los pueblos, examina de lejos a los ricos y de cerca a los pobres. Levántate de madrugada para trabajar, que tus días comiencen en la noche. Cuando viajes, pasa hambre, es algo sensato, te volverás loco. Vas a regresar de la ciudad raro, grotesco, bufón. Acuéstate con la oración, duerme de lado de lo inexplorado, ten por almohada lo eterno y desconocido. Ama, cree, espera y vive.

Sé como el que tiene un camino que recorrer, solo que ese camino sea de buenas obras y de buenas palabras. No te desanimes, conviértete en mago, vive como un padre. Si tienes jardín, cuídalo y produce flores. Si tienes hijos, edúcalos y produce almas honestas. Si tienes enemigos, bendícelos y produce una dulce autoridad oculta que concede al alma la paciente espera de la noche infinita bajo las estrellas.

Las convicciones humanas son diversas. El ideal puede ser una estupidez. Hay personas que viven para conseguir un paraíso de excesos, lujos y caprichos. Tu ideal no es más que tu proporción.  La gran mayoría de los hombres, algo parecido a un enamorado, sueñan sin saberlo. Tratar de sobrevivir tranquilo viviendo en el escepticismo: imposible. La gigantesca evidencia divina te acosa; es una persecución constante. Y no hay nada más inquietante que ese ir a la montaña y ver venir lo mágico, lo sobrenatural en la naturaleza. Los mortales siempre querrán habitar este palacio de lo imposible. Es hermoso: verde, fresco, profundo, peligroso, majestuoso y a la misma vez, frágil.

         La vida es una excursión hacia el antro. Abandonar la superficie, para subir o para descender siempre es una aventura. El descenso, sobre todo es un acto peligroso llegando al límite de lo grave. De ahí la mayor inquietud entre los viajeros frente al amor de una fogata tocando la lira, excavan y desgarran con sus notas el yo entre los presentes en el que sondean el cielo; en esas profundidades íntimas del alma, suceden siniestros. Estas incursiones de la montaña no están exentas de peligro. El recorrido tiene a sus muertos, sus locos. Aquí y allá se encuentran en estas veredas cadáveres de caminantes vacíos de sueños.

         Ser precipitado al cenit de la gloria y querer ascender a la montaña para rosar el cielo sin mérito: cuidado. Las caídas mientras más altas del cielo abren el apetito a los audaces. Recuerda a los grandes viajeros. ¿Hacia dónde se dirigen con mayor gusto? Hacia la naturaleza, hacia la montaña, hacia el cielo: hacia la verdadera vida. El excursionista íntegro se compone de dos visiones: humanidad y naturaleza. Es necesaria llevar siempre en el alma, una preocupación ante la humanidad. Hay que ser hombre por encima de todo y ante todo. No hay que temer sobre cargarse de humanidad. Lleva tus sueños a la realidad y luego camina a la montaña. La montaña es la inspiración.

Seamos quienes seamos, somos los viajeros de nuestra vida. Nadie camina por este mundo sin su fantasía y su capricho, su pasión y su temeridad, su riesgo y su gloria, su vicio y su virtud. De ser sí, hagamos como si todos los días de nuestra vida, fueran una excursión.

J. Antonio L. Carrera
Diciembre, 2018.




agosto 11, 2018

Montañas que hablan

Acércate a la naturaleza. Intenta expresar como si fueras el primer y único hombre que habita en la Tierra: lo que ves, lo que amas, lo que sientes, lo que vives, lo que pierdes, ya que esto querido amigo, es una verdadera sensación de libertad.

Solo hay una gran impresión de que obras libremente, y es estar presente admirando la gran creación frente a tus ojos: poder sentir cómo la fría brisa acaricia tu rostro y las hojas se arrastran por los suelos llenas de vida creando un son maravilloso. En ese momento, cierra los ojos para que provoques en tu alma una gran emoción de comunión con el entorno. Una gran atracción a lo desconocido.

Tienes la opción de elegir tus propios caminos, de recorrer río arriba el arroyo, adentrarte en la montaña para descubrir el rocío que te llora. Admira la tierra vieja y antigua que no es dueña de nadie, pero que te contagia la fortaleza y altura de sus árboles queriendo rozar el cielo forrado de estrellas. Toma asiento al amor de las llamas de una fogata que rodea una tierra poderosa. Escucha llegar los susurros del viento colarse entre los pinos, que en el fondo, tienen vida propia: te susurran al oido. Evita ahí los pensamientos mundanos y tribales que te vienen a la mente. Ve, camina y adéntrate en aquel paisaje buscando alguna forma de belleza. Describe todo aquel espectáculo con serenidad y calma; humilde y sincero como el mar.

Si al estar frente a la montaña, regresas tu mente y piensas que tu vida cotidiana te parece pobre, no la culpes. Cúlpate a ti mismo de no ser lo bastante observador como para encontrar sus riquezas. En la montaña, ninguna experiencia ha sido demasiado pequeña. Lo más pequeño que pasa frente a la mirada, se vuelve un destino; una red armónica, amplia y maravillosa en el que cada elemento es puesto por una mano infinitamente tierna. Experimentarás la dicha y la gloria de caminar como en un sueño: irás de sorpresa en sorpresa. No te quedarás sin respuesta si atiendes tus menesteres en lugares como estos. Lo que hay en la naturaleza es simple, y esas cosas insignificantes que ves, pueden convertirse en algo grande. Cuando la frecuentes, cada ocasión te dará materia para ser más conocedor, más sensible, más agradecido y de algún modo más sencillo mal mirar. Más dichoso, lleno de vida y más grande al caminar.

  Hoy, la mayoría de las actividades de la joven sociedad se encuentran en una soledad infinita: estáticas, constantes, incoherentes, carentes de sentido, ya sin vida. Solo la necedad y la ceguera humana son capaces de comprenderlas. Da siempre pie a tu espíritu aventurero. No lleves la contraria, deja que tu juicio y tu corazón te conduzcan despacio a la libertad. No te conviertas en partidario del mundo, lleno de vicios y de confusión, lejos de los verdaderos placeres que nos muestra la naturaleza, que ofrece esta, más ocasiones para creer, crecer y tomar fuerzas para conquistar la eternidad.

 La humanidad sería otra si recibiera y entendiera el misterio de que nuestra tierra, está enriquecida de tal manera, que sus más mínimas cosas: las hermosas plantas y animales, por más pequeños o grandes, concluyen una forma tranquila y humilde del amor. La naturaleza no es más que un modo de vida que seduce y pone enfrente, las más grandes e imponentes cosas. Es solo eso lo que nos hace falta.

En todo este mágico lugar, se está más cerca de la realidad. En el bosque el tiempo no cuenta. Un día puede pasar como un año. Aquí se vive lleno de paciencia, tranquilo y sin engaños. Como si la naturaleza extendiera su infinita bondad para siempre.

J. Antonio L. Carrera
Agosto 11, 2018.



junio 13, 2018

El último libro

I
NECESIDAD AMBIENTAL
La Historia es caprichosa: se repite. Nos volvemos a topar con ella. Otra cosa es que se deje a un lado, pero siempre vuelve para recordarnos nuestra indiferencia al comportamiento humano; nuestro afán por olvidar. O más bien, por sólo recordar lo que nos conviene. Quizá nosotros la olvidemos, pero ella siempre nos recuerda. La Historia, no perdona.

Se vivían tiempos difíciles. La contaminación había hecho poner medidas drásticas a la producción de carbono y CO2. Los países habían atado de manos a las empresas e industria para que generaran lo menos posible, esos gases invernaderos. Si seguía esa gran producción descomunal de dióxidos –decían los especialistas– era la hora final del ser humano. Los científicos lanzaban sus teorías apocalípticas sobre el fin del mundo y las ONG´s, defensoras del medio ambiente, hacían hasta lo imposible para evitar esta catástrofe, usando como bandera, esa gran cruzada en contra de la contaminación.

Comenzaron por dejar de producir los objetos que no fueran necesarios, y así, no hubiera una sobre producción y un suministro descomunal de los bienes. Se fueron por aquellos acervos que estaban desprotegidos y sin fondo internacional alguno; segmento poblacional que usara poco esos objetos y que no tuvieran las agallas para defenderlo. Empezaron por atacar y presionar –ambientalmente– a las producciones que no protestaban, las más pacíficas y con poco afán de meterse en problemas. Es evidente que no eran productos tales como la Coca-Cola, bolsas de frituras Lay´s o los bolsos para dama marca Ferragamo, Louis Vuitton, o los miles de millones de iPads que se producían anualmente. Iniciaron por destruir algo menos llamativo, más austero y que no llamara mucho la atención; que no fuera necesario, pensaron los Estados.

II
UNA LLAMADA AL PROGRESO
Existe un hecho que la humanidad da por sentado. Una creencia tan difundida que no advertimos que existe. Este concepto tan arraigado en nuestro cerebro es el bien llamado progreso. Un progreso como meta última de la humanidad. El avance tecnológico, el crecimiento económico y las reformas ambientales, se han convertido en pilares que giran en torno a esta idea.

Sin embargo, el lector y gran parte de los hombres que viven bajo las inclemencias del mundo contemporáneo, saben que es una mentira. Como lo dice John Gray, (palabras más, palabras menos) en alguno de sus títulos: Todo aquel que vive dentro de un mito, pareciera éste, un hecho obvio. Ya que podemos afirmar que el progreso es un hecho obvio, bajo la premisa aristotélica también podemos llegar a aseverar que el progreso es un mito.

Existe también una crisis existencial de una humanidad cada vez más difícil de encontrar. En la que las grandes aspiraciones del Gobierno, de la sociedad, de la humanidad en general, se revelan en prácticas totalmente incongruentes, sucediendo lo contrario.

El progreso significa civilización y esta, implica un uso nulo de la fuerza, pero cuando dicha fuerza sirve a proyectos que parecen justos y nobles, la violencia posé una magia muy atractiva. Un hecho que la humanidad, de la misma manera, da por sentado.

III
CUMBRE MUNDIAL
El pretexto fueron los árboles; gigantes silenciosos. Se pudiera pensar que poco tiene de semejante con el hombre, pero se equivocan. Si algo tienen en común, el ser humano y esta planta perenne, es la capacidad de moverse para donde sopla el viento.

Se realizó la Cumbre Mundial en Contra de la Contaminación. Se presentaron todos los jefes de Estado, líderes mundiales, directores de organizaciones ambientales. Fue curioso como nadie llegó caminando o en bicicleta. La mayoría llegaba en su vehículo para cuatro o cinco personas y después de pasar horas en la carretera, se bajaban solos.  Muchos venían de los mismos lugares, pero prefirieron viajar de manera individual. Otros, tuvieron que tomar aviones, surcar los mares, tomar trasatlánticos, un taxi, el metro, volver a tomar otro taxi, para así, llegar al congreso internacional.

La humanidad también es como la naturaleza, con jerarquías. Ya estando todos presentes, se escuchó un fuerte sonido ventoso. Los presentes cuidaron de que no volara su sobrero, los papeles o cualquier otro objeto ligero. El Alto Comisionado Internacional para el Cuidado del Medio Ambiente, llegó en helicóptero. Muchos se sorprendieron, pues vivía a unas diez cuadras. El argumento fue la seguridad y el tráfico. Todos tomaron asiento e inició la sesión.

Se presentó una iniciativa de la organización ambiental más grande y poderosa del mundo al Comité de las Naciones Unidas para el Cuidado del Medio Ambiente, donde manifestaban de manera indignante: “¡Cómo era posible talar un árbol para producir una hoja de papel! Era algo ilógico y estúpido”, decían. Propusieron la "Ley Verde", que consistía en parar inmediatamente, la producción de papel. Esto evitaría la tala indiscriminada de aquellos troncos. Días más tarde, esta famosa ley de la que todo mundo hablaba, fue aprobada sobradamente.

En el momento de dicha aprobación, inmediatamente se dejaron de producir hojas de papel. Los árboles ya podían morir de pie, viejos  con el pasar de los años y felices de no ser talados ni carcomidos por el hombre, usados y tratados a merced del hambre de la humanidad.

Comenzó el caos. Los periódicos se volvían locos. Las editoriales, que se encargaban de la impresión, publicación y distribución de escritos, no tenían material. Las fábricas de libretas comenzaban a cerrar. La producción de cartón, se detuvo. La Industria Papelera, se venía en picada.

El mundo en pocos meses, casi se había agotado la existencia del papel y comenzaba un escaseo de este. Las casas editoriales cerraban por estar en quiebra y la gran mayoría presentaba síntomas de estar en bancarrota. La cultura se detenía, ya que, a pesar de la tecnología, el público lector que seguía existiendo, era celoso con sus hábitos y formas de lectura, pues seguía queriendo leer mediante el voltear de las paginas, mediante la mirada propia de la vista con la atracción de la tinta; el portentoso olor que desprendía cada abrir un libro nuevo; cada aroma de la combinación del café con el pasar de las hojas.

IV
LA PROFECÍA
Pocos supieron de una tarde en la que el Alto Comisionado Internacional para el Cuidado del Medio Ambiente se levantó de su escritorio; una mesa de estilo Tufft tallada a mano a principios del siglo XVII, elaborado con siete maderas distintas. El caso es que fue siguiendo por un pasillo el ruido del tumulto hacia la parte exterior de su casa. Al abrir la puerta principal para asomarse, se topó con un grupo de camarógrafos, periodistas, fotógrafos, noticieros, que admiraban la cara de la vivienda. Mientras los presentes tomaban fotos e intentaban lanzar una pregunta, el Alto Comisionado no entendía lo que pasaba. Una dama le gritó que volteara. Súbitamente el Comisionado soltó un aullido entre miedo y rabia. Se encontró una leyenda que cubría toda la fachada principal de su hermosa vivienda hecha de sangre con lodo que decía: “La Tierra no es eterna. La Tierra caerá. Los humanos la conquistarán. Y no importa”. Mientras leía, los personajes ahí presentes eternizaban la imagen que venderían como primera plana del día siguiente. Después de aquel teatro, se encontró debajo de la puerta principal, por donde salió, una botella que dentro contenía una hoja. Tomó aquel objeto, retiró el corcho con cuidado y extrajo una carta. La extendió y comenzó a leer:

“Hubo un momento para la Tierra, y esta, morirá por completo. La Tierra se convertirá en la humanidad que la ha conquistado. El lenguaje de la Madre Tierra se suavizará a la áspera lengua del hombre; todo lo que sea destruido correrá por sus venas. Y todos los mares, las costas, los bosques, las praderas, los acantilados, las dunas, los ríos y las cascadas, serán menos que nada. Defender nuestro hogar es un trabajo duro. La humanidad viene con una promesa: somos prueba del sueño de tener una vida sin restricciones. Y ese libertinaje ha hecho comernos nuestra propia Tierra. Queremos tenerlo todo sin quitarle a nadie nada.”

El burócrata, hecho una furia y colorado, aquella tarde hizo pedazos el papel y rezó una última expresión con la que marcaba el inicio de su macabro proyecto: “¡Fanáticos libertinos!”.

IV
MUNDO SOSTENIBLE
Pasaron los años desde que se aprobó la famosa “Ley Verde”, desde entonces, ya no se producía ningún libro, ni periódico, ni algún producto relacionado. Ya no se veía por ningún lado las hojas de papel. Los lectores guardaban celosamente ese recuerdo y lo iban pasando de generación en generación.

Comenzó una fuerte campaña de esta poderosa ONG que propuso la nueva legislación. Consistía en donar los libros que tenían a cambio de dispositivos móviles. Con el pretexto de que se podía tener miles de libros en un solo lugar y así, la contaminación sería menor. La gente, claudicando siempre, los fue entregando; fueron cediendo. Los libros desaparecían poco a poco; como una llama, que se va extinguiendo para no volver a dar luz, para dejar de calentar.

La sociedad contemporánea, por estar embobada en estos aparatos, dejó de leer. Los libros, en forma física, desaparecieron sobre la faz de la Tierra. Y de los electrónicos, se olvidaron para siempre.

Para fortuna de la humanidad, dejaron de talar árboles. Y para su des fortuna, la contaminación seguía siendo la misma. La producción y consumo de bienes, no había cambiado. Gobiernos e instituciones ambientales comenzaron a disculparse por la mala maniobra que se llevó con la “Ley Verde”. Se comenzaba por suponer una teoría llena de conspiraciones en la que empresas creaban miedo a la sociedad, por medio de estas asociaciones ambientales, para dejar de consumir productos que a ellos les convenía. Se hacían grandes monopolios y no había competencia sobre ellos.

Las empresas contaban con su misma organización que atacaba los mismos problemas que la misma compañía provocaba o producía. Era curioso. Si una empresa provocaba obesidad al consumir su producto, abría un instituto para la investigación y prevención de la obesidad, en vez de hacer productos que no engordaran. O simplemente, dejara de vender su producto, si es que hacia un daño a la salud pública. Empresas mineras que ensuciaban ríos, lagos, creaban sus propias asociaciones que se dedicaban a la limpieza y a la mejora ambiental; se paraban el cuello diciendo que estaban mejorando la calidad de vida de la zona, de la flora, de la fauna, cuando eran ellos mismos los que la contaminaban. Las empresas petroleras abrían organizaciones para descontaminar los mantos acuíferos y freáticos y así, bajo pretexto decir que eran una empresa social y ambientalmente responsable. Era un ciclo vicioso en pocas palabras. Convenenciero muchas veces. Ventajoso la mayoría de las ocasiones. Pero útil, cómodo y provechoso. Una bienvenida con telón rojo a la mal llamada: sustentabilidad.

IV
INVOLUCIÓN LECTORA
No era la primera vez que la escritura sufría una regresión. A lo largo de la historia del hombre, los libros, los textos, los escritos, han sufrido penurias: Emperadores romanos destruyendo bibliotecas, incendios provocados en estos recintos sagrados, escritores perseguidos, oprimidos y asesinados, gobiernos eliminando propaganda en contra de sus ideas…

También se han tenido sus revoluciones, sus partes positivas: la evolución del pergamino ante el papiro, la imprenta, el acetato, las máquinas de escribir, las tabletas electrónicas, los libros 3D.  Cosa que no debe asustarle a nuestro querido amigo lector, ya que siempre hay que entender que la tradición avanza y se come a su paso lo añejo, lo inservible, lo que ocupa espacio, lo que se rompe fácil, lo que se rasga. Meras cosas materiales.

No debemos de olvidar, que el cuento, las historias, las fábulas, las parábolas, los ensayos: las letras, es algo que nunca se agotará. La literatura es inmortal. Nadie podrá contra ella.

Podrán quemar las hojas, romper los libros, eliminar el archivo, que se agote la pila al leer, pero nunca podrán acabar con esa incansable sed de leer e instinto de escribir, de manifestar nuestro interior y representarlo en aquellos símbolos que lo contienen todo.

V
LA PETICIÓN

PROXIMAMENTE...


J. Antonio L. Carrera
Junio 13, 2018.



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