Solo el hombre,
de todos los seres vivientes, puede ascender hasta la montaña más alta del
mundo hasta casi rosar el cielo, por donde habitan los ángeles. O bien, caer
más bajo que un gusano, hasta las profundidades del abismo; entre estos
miserables hay hombres que tal vez un día fueron grandes o poderosos señores y
que han caído de repente en la miseria. Por una parte, hay que conocer la vista
impresionante desde el pico de una montaña, esas moradas celestiales con picos
helados, pero también hay que considerar que es justo ver la suerte que le
puede reparar a cualquiera. Hay quienes deben esforzarse por acabar en el infierno;
muchos ya lo han encontrado en esta vida.
Un individuo
con una gota de sentido común es una persona que criticará estos tiempos. Ya lo
decía Dickens: es la mejor y peor época. ¿Alguna vez se vio en la Historia del
mundo, que hubiera más muertes por obesidad que por hambre? Somos una época
privilegiada. ¿Desde cuándo los alimentos, bebidas —cualquier producto— están
repletos en cualquier tienda, llenan cual muros los pasillos de los supermercados
y están en la palma de nuestra mano? Hoy la pobreza tiene otra forma. ¿Acaso se
ha visto antes que se busque vida fuera de la Tierra y se niegue una dentro del
vientre materno? En la mayoría de los casos, el sentido común es el menos común
de los sentidos. ¿Que se inviertan millones de dólares por querer explorar
otros mundos sin apenas conocer bien nuestra familia, nuestra colonia, nuestro
pueblo? Empeñarse en encontrar agua en Marte y no poder cuidar la de nuestros
mares. ¿No hay incongruencia más grande? Así de evidente es nuestro desorden
por buscar nuestras metas, nuestras prioridades. Lo más bello y hermoso se
encuentra frente a nuestras narices. ¿Porque siempre hay una atracción a lo que
no se tiene, aunque sea de menor valor? Se le ha hecho más fácil al hombre
llegar al cielo, al espacio, que el corazón humano.
La vida
contemporánea produce bellas noches, marchas nocturnas inolvidables llenas de
luces, furor y color, pero a su vez provoca desayunos amargos y penosos,
solitarios; su moneda es el hedonismo. Las ciudades ya no son semilleros de
futuros héroes, líderes o personajes históricos, sino criaderos de placeres y
villanos: hombres que se aman a sí mismos. ¿Qué es la propia ciudad sino el
reflejo multiplicado de nuestra propia humanidad? Somos prisioneros de nuestras
ciudades porque somos prisioneros de nuestras pasiones. Otra cara de la misma
moneda. Cuando los hombres dejan de comportarse como hombres, se convierten en
bestias y es preciso, casi obligación grave, mostrar al salvaje la vida culta, delicada
y armónica en todos sus aspectos.
Entre las
características que distinguen la sociedad de esta época presente con respecto
a las pasadas, cabe mencionar lo siguiente: cuando un hombre solicita ayuda,
ellos no le proporcionan ayuda, le dan un consejo; ahora todo mundo tiene una
opinión, pero no la capacidad de ejecutarla. Este, al asumir la ausencia de manos,
basta para dar la vuelta a los problemas y seguir con la rutina. Nos
encontramos con gente que trabaja más que nunca, pero en un trabajo que no le
gusta. Seres que hablan y presumen más de lo que escuchan. Ciudadanos que
exigen más de lo que dan a cambio. Amigos que hablan diario entre sí, pero se
conocen menos; la presencia es menor en lo profundo de su ser. Hombres que ríen
más, pero se alegran menos, se entristecen más, pero lloran menos. En el alma
de este ser humano confluyen dos corrientes contrapuestas: un sistema antiguo
que venera a muchos dioses, y el contemporáneo que convierte a la propia alma
humana en dios.
El varón contemporáneo
si no media conversaciones que involucren dinero, automóviles, estilo de
vestimenta o menesteres sexuales, no hay motivo siquiera de reunirse. Ven la
vida no como un motivo o pretexto para servirle, sino una cosa para seducirle. Ya
no se habla de gloria que quiere decir: hacer, abundante, digno… se habla de éxito
que viene a ser más bien un fin o un término. ¡Qué ruin y miserable es que los jóvenes
de hoy sean tan conspiradores y orgullosos de sus posesiones materiales! Esos mismos
hombres, esos mismos jóvenes con corazones egoístas, no saben nada de la
responsabilidad. Y la ausencia de responsabilidad es carecer de amor hacia uno
mismo. Lo tienen todo y a la vez nada, ya no son capaces primero de gobernarse
a sí mismos; son víctimas de sus pasiones porque son esclavos de sus deseos. ¡Oh,
hermoso mundo contemporáneo que hospeda tales seres!
Nos quejamos de
esta triste época, "no traeré hijos a este mundo". ¿Opinaban así los
padres de Víctor Hugo en plena Revolución Francesa? ¿O pensaban así los padres
de Albert Camus en medio de la Gran Guerra? O en pleno holocausto de la segunda
guerra mundial, ¿los padres de Ana Frank se planteaban estos mediocres
pensamientos? Estos pensamientos son solo un reflejo de nuestro egoísmo. Si
nuestros padres hubieran pensado así, no estaríamos gozando de esta maravillosa
vida. Para bien o para mal, como lo escribe John Gray, esta época contemporánea
se encuentra en un tiempo prolongado de paz, quizá el más largo de todos, por
la ausencia de guerra; pero con el temor de qué en segundos, una destrucción
nuclear acabe con todo.
J. Antonio L. Carrera
Diciembre, 2019