mayo 28, 2018

Pueblo malo

En algún punto selvático dentro de la hermosa zona Huasteca, viajamos unos amigos y su servidor por una carretera evidentemente descuidada. Esto, sin dejar un ojo al frente y otro al suelo por los enormes baches, agujeros y vados que se presentaban. Se pudiera decir que en este lado de la sierra Madre Oriental, el pavimento sufre de acné. No hay ni cien metros antes de que nuestra delicada camioneta prestada, sufra.

Durante el trayecto agradecimos siempre (aunque angosta) una vía de doble circulación, que, al pasar de los vehículos con sentido opuesto, el aire generado nos daba un respiro dentro de aquel infierno.

 Viajábamos con miedo. Eran tiempos de mucho riesgo. En una época en donde la inseguridad y la corrupción se vuelven una verdadera industria, hay que andarse con cuidado. Los verdes cañaverales nos acompañaban cual muros en un mar infinito; uno se pudiera imaginar al contemplar el vasto llano de cañas -que cual deja vu- ya hubo pasado por el mismo lugar hace algunos minutos. Kilómetros y kilómetros infinitos de un mismo verde paisaje. Una isla de sombra aparecía de repente, como un lunar en medio de ese mar, y debajo recargado en el árbol, un campesino echado trabajando mientras ejercía su descanso: nos miraba pasar.

      Los viajeros nos fijábamos por aquella ventana, el señor se levantaba y salía corriendo para avisar. Nunca supimos a quiénes. Simplemente como zopilote vagaba para lanzar su llamado. Simplemente avisar la proximidad de que algo se acerca y que hay que huir.

       Minutos después, sobre esa misma carretera, en una curva cerrada, dimos un enfrenón que nos dejó la piel chinita. Absolutamente todos los pasajeros de la camioneta se fueron al punto opuesto de la ventana donde miraban al extraño campesino que desapareció de la nada.

No había soldado tan más marcial. No había soldado tan más derecho: firme, pelo corto (hasta cierto punto desalineado), uniforme impecable. Sus brazos largos bajaban y las puntas de los dedos rozaban la tela del pantalón camuflado. De su espalda cargaba un arma. Ese día, nadie hubiese querido alistarse para defender a su querido país soberano. ¡Bendito pueblo maldito! Nos impresionó ver aquel gendarme.

Solo había tres factores que lo hacían notar de sobremanera. El primero, sus botas negras flotaban. Se encontraba veinte centímetros por encima del suelo. El segundo, una gruesa cuerda apretaba su cuello. Tercero, un letrero que cantaba: “aquí manda el pueblo”.
El aire gélido lo hacía mecerse y a mí estremecerme. Por un momento se detuvo el calor, se detuvo el tiempo: me miraba. Parpadeaba. No sabíamos qué hacer. ¿Salvarlo y así condenarnos o dejarlo morir para vivir nosotros?

Salimos corriendo de aquella cueva de malhechores antes de que nos pasara lo mismo que aquel buen hombre. Lo dejamos mientras nos miraba y daba sus últimas bocanadas de aire. Murió por nuestra culpa seguramente. Un grupo de amigos con miedo por defender la vida al dejar sin ayuda a un soldado que intentaba matar la corrupción. ¿Y todo eso para qué? para al final, nosotros acabar siendo parte aquella podredumbre.

Pocas veces he visto cosas desagradables. De esas que a uno le dan ganas de vomitar. Pero no hay peor miedo que ver aquel encapuchado con su guadaña. Negro y sediento. Sobre todo, ver aquel pueblo quitarle su trabajo y hacerlo a su antojo. A partir de ese día, supe que llegaría sin pensarlo. Una sombra que nos persigue. Un viento que acecha con paciencia. La muerte.

J. Antonio L. Carrera
Mayo 28, 2018.



mayo 24, 2018

Mi día final

¿Así es como se siente la muerte? ¿Qué el cuerpo pesado y frío toque su fin? ¿Qué me vuelva centro de todos, me miren de frente y lloren musitando una oración? ¿Qué lleguen corriendo para abrazar a los presentes, tan deprisa tan de frente?

¿Así es como se siente morir? Nunca, por un ningún motivo mío, había reunido tanta gente. Lástima que ya esté tan lejos, aunque por fin, después de muchos años, ellos estén tan cerca de mí. Muchos ni los conozco, pero lloran. Otros ríen. Otros no me han venido a ver a mí.

¿Así se siente la muerte? Dicen que los sentidos mueren dos horas después que el cuerpo. Yo ya llevo tres y estoy como nuevo. Muchos de los que veo aquí ahora, los vi en el pasado y no me saludaban; me volteaban la cara. Hoy que me ven y no los saludo, se lamentan y me hablan. Es raro que cuando ya no estoy con ellos, es por mí que están todos reunidos. Hace más de unos cuantos años que no veía a muchos. Mi ausencia pareciera un imán para juntar a los desaparecidos; hay también más de uno que acaba de llegar y ya se quiere retirar. Me di cuenta aquí tendido, que mi ausencia es motivo de fe, pues a muchos de los que veía estar peleados con Dios, los sorprendo estar en pleno rosario, como si cada avemaría fuera un escalón para hacerme ascender al cielo, o por lo menos, no estar tan cerca del infierno.

Nuestro verdadero sentido de vida es nuestro real sentido a la muerte. Quizá por esto valga la pena tanto deceso, les recuerda que pudieron haber sido ellos, los aquí presentes, los que estuvieran en mi lugar puesto en este cofre como si de tesoro me tratasen; en esta caja tan elegante y costosa para ellos, pero tan sin sentido para mí.

Al verme los aquí presentes y observar mi palidez, les recuerda que en este mundo solo viven los suertudos. Me ven y la piel se les pone de gallina. Les dice mi cuerpo gélido que ahorita están vivos por casualidad. Y que gracias a que no han tropezado en un hueco peatonal, no han sido arrollados por culpa de un Gobierno que ha dejado morir las avenidas para que su pueblo caiga y a la misma vez muera, un par de choferes sobre un camión urbano jugando carreras y un transeúnte despistado frente a su celular.


J. Antonio L. Carrera
Mayo 24, 2018.



Entrada destacada

Almas en el limbo

“ ANTRO . Del lat. antrum, y este del gr. ἄ ντρον ántron. 1. m. Caverna, cueva, gruta. 2. m. Local, establecimiento, vivienda, etc., de...